Me sucedió la semana pasada. Era Domingo e iba caminando por Av. San Martín (Florida) y repentinamente estallan las bocinas y los gritos. Todo fue producto de algo que se supone fue alguna mala maniobra o algún supuesto mal modo que hirió el orgullo de los ocupantes de un auto deportivo (del cual no tengo la menor idea si era un BMW, un Lotus a un MacLaren). Si bien no existió choque ni toque alguno, el auto se había detenido e impedía avanzar al ómnibus de la línea 130 a la espera de que el chofer bajase ante la invitación a pelear que le ofrecían desde abajo.
Mientras eso ocurría, una larga fila de autos bramaban y se agrandaba minuto a minuto. Partiendo de ese desafío (por decirlo en un termino fino) hacia el chofer del 130, la situación pasó de reacción de orgullo herido a sed de sangre. Así, los dos ocupantes de la cupé sport (sigo sin saber qué auto era!) decidieron bajar y comenzar a golpear al ómnibus y romperle vidrios, espejos y demás artefactos ante la desesperación y terror de su pasaje dominguero cargado de madres y chicos.
Veamos, para despejar lugares comunes, los dos muchachos no eran de la villa 21, no eran marginados del sistema, no salían de sufrir violaciones en “Felices los Niños” ni eran víctimas de la crisis financiera global. Eran dos energúmenos que a lo largo de interminables minutos se dedicaron a destrozar el micro frente al terror de los pasajeros mientras el chofer, un pibe que seguro, él sí venía de un barrio de esos en donde se convive con el “paco” a la vuelta de la esquina y donde se multiplica la miseria humana todos los días. Este último optó por la más sabia, la resistencia pasiva y evitar mover el colectivo, no abrir puertas y dejar que rompan todo.
Finalmente uno de estos ”justicieros” de las calles salió con el auto de meteoro (algo así era el auto) y haciendo gala de sus dotes de piloto apareció como un rayo dando vuelta la manzana. El otro siguió invitando al “gordito” del ómnibus (agregándole calificativos de los más variados) a que bajara.
En el tumulto, y al igual que todos los demás, preferí asistir pasivamente a lo que pasaba. Sabemos que nadie sabe de donde puede salir un arma o lo que fuere y a estas cosas lo mejor es dejar que decaigan solas, mientras lo que se rompe, sean vidrios y fierros. En eso se la agarran con alguien del tumulto, tenían ganas de pelea y alguien tenía que caer!. Y cayó. Allí la cosa se puso seria y sólo atiné a acercarme a separar, como otros (si es sólo a las piñas la cosa, uno siempre puede salir corriendo). Finalmente se fueron. Fueron 20, 25 minutos de dos tarados violentos enloqueciendo a decenas de personas.
¿Es esto “sensación” de inseguridad? ¿Es esto la “violencia” que hay en la calle? Bastaba que el dueño del bar de la esquina, que salió pretendiendo sacarlos a patadas y terminó trompeado, o algunos de los dos motonazis, o que el colectivero o alguien del pasaje, o qué se yo quién, sacara un arma y esto terminaba en los noticieros. En ese caso. ¿Sería una noticia favorable de De Narváez? o sería una noticia que sería interpretada por Aníbal Fernández como parte de la “sensación” de inseguridad'?.
Aquí vamos al punto. Vivimos en una sociedad violenta. Vivimos en una sociedad donde la violencia crece día a día. Y frente a ella, se nos propone el espectáculo de dos posiciones antagónicas que buscan que la violencia les sea favorable para sus propios negocios o que no les perturbe la siesta.
Un sector, al que algunos llaman la “derecha”, babeantes y con el cucurucho de helado pegado en la frente, repite todas las frases que escuchan de los aduladores de asesinos y criminales de todo tipo, tránsfugas, coimeros, explotadores y gente con las manos llenas de sangre que les dicen… “ya no se puede salir a la calle”.
Del otro lado, el mismo cucurucho, la misma mirada extraviada, repiten tonterías tales como esgrimir estadísticas que indican que en el Bronx es peor, en El Salvador se mata más, en Río no se puede caminar de noche o que en Colombia está más que bravo.
A unos, la violencia les fogonea su proyecto de “seguridad” y “mano dura”, a los otros, la violencia les complica el “modelo” y su abuso de la negación de la realidad.
Sé perfectamente que a unos les sirve multiplicar el mismo asesinato cada 15 minutos en cadena de TV. Otros quisieran que no aparezca. Mientras sea así. La violencia crecerá mientras no se acepte cabalmente que estamos engendrando locos todoterreno, que cobijamos dirigentes violentos, barrabravas mercenarios, 4x4 que andan en base a sustancia ilegales y así hasta el infinito. Y a todo esto esto lo multiplican los dos bandos en la pugna mediática acerca de la seguridad!!
Mientras la “inseguridad”, la “droga”, la “polícía” y tantos otros tópicos molestos sean materias que sólo aparezcan en el vocabulario y la agenda de ciertos candidatos, estamos fritos. Mientras el retro-progresismo no sepa balbucear algo coherente para lo que pasa en las calles de Argentina, estamos fritos.
Pero al punto que quiero llegar es: ¿debemos escandalizar o subestimar la violencia? Falsa opción. Hay una única opción: debemos escandalizar la violencia.
Olvidemos por un momento a De Narváez y su mapa del “delito”. Olvidemos por un momento a Aníbal Fernández y sus mediciones de “sensación”. Pensemos seriamente, es infinitamente más saludable una sociedad que se sobresalta por un hecho de violencia o que se escandaliza cuando matan un colectivero en Luis Guillón a una sociedad que acepta convivir con una tasa creciente de violencia, sea cual fuere. No me importa la comparación con otros países, mejor dicho, si me importa, pero para saber hasta dónde se puede llegar.
Si queremos que no crezca la violencia, debe preocuparnos la violencia y nos debe resultar intolerable la violencia. Eso sí, sin distinciones de piel, ni barrio ni billetera.
Jamás leí las noticias policiales de los diarios y no vivo pensando en la inseguridad. Pero me resulta patética y decadente aquella que sociedad que acepta a la violencia como parte de los costos inevitables por su estilo de vida.
En definitiva, claro que ciertos sucesos deben escandalizar y sobresaltar a la gente. Sería de dementes pretender otra cosa.
Cali
En 1997 Win Wenders realizó un film titulado “The End of Violence”, la música es de Ry Cooder y aquí un fragmento:
A esta altura, sólo se puede rezar por que la sociedad de la que somos parte, vire intrínsecamente sus modos de operar. La pasividad expectante roza la alevosía del desdén. Es evidente que debemos tomar cartas en el asunto, ya que las instituciones encargadas de protegernos como sociedad son directamente responsables por nuestros padecimientos. La cuestión, como de costumbre, es la forma. Quizás apuntando nuestros cañones pacifistas a la obtención de alguna "ley bendita" que modifique el obrar maquiavélico de un sistema perverso, podamos encender una mecha de cambio. Pero mientras los encargados ejecutivos de que su objeto se aplique correctamente sigan siendo los mismos, vamos a tener las mismas experiencias frustrantes una vez tras otra. Y seguirá vigente la misma impunidad con la que los titiriteros de este circo asesino infringen leyes sancionadas con total obsecuencia para con sus prospectos votantes, pero que nunca pensaron cumplir.
ResponderEliminarClaro que hay algo mucho más profundo que una “sensación de inseguridad”, y claro que la violencia está a flor de piel para responder a cada imponderable que se nos cruce en el camino, pero a veces, para pensar un cambio, se hace difícil creer que el camino de la pasividad no sea pragmáticamente inconducente. Si hasta las medidas “políticamente correctas”, como la lucha incansable por leyes que luego nadie cumplirá, se hace prácticamente indefendible.
Ojalá me equivoque, y por algo comienzo invitando a “rezar” por que la sociedad argentina no opte por el letargo que la caracteriza, y los responsables ejecutivos de garantizar la vida social, responda con eficiencia y humanidad. Que necesitamos un movimiento urgente de las piezas en este tablero, es evidente. Si la sociedad no acompaña, los caminos pacíficos en materia de cambio social, comienzan a estrecharse cada vez un poco más.