viernes, 29 de enero de 2010

Venganza de clase, clase a distancia

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Continúo con el texto de Pablo Alabarces (PA) y su infinita irresponsabilidad al mando de un procesador de texto. El tercer párrafo comienza a desplegar la hipótesis central de su artículo, la “venganza de clase”.

Veamos:

“Carballo murió tres días después del recital de Spinetta: había sido golpeado hasta la agonía por la Policía Federal dos semanas antes en los alrededores del mismo estadio donde tocaron las bandas eternas. Como soy un tipo impresionable, había pasado la entrada, el recital y la salida atento a esa circunstancia, para comprobar que el control, el cacheo y el ordenamiento de los desplazamientos eran livianitos, atentos, hasta obsecuentes. Me empeño en pensar que ese cambio tenía más que ver con la condición de clase de los espectadores –el precio de las entradas no era un dato menor– que con un rediseño de la seguridad a raíz del desastre de Viejas Locas. Lo cierto es que las cinco horas y pico del recital no tuvieron, ni de parte de los músicos –demasiado ocupados en celebrarse a sí mismos– ni del público, ninguna mención de los palos al pibe Carballo. Más allá de muchas otras críticas que merecen, la mayoría fundadas, deberíamos reconocerles a los públicos del “chabonismo” un poco más de consecuencia, aunque fuere ritual: ellos insisten en recordar a Bulacio, a casi 20 años de su asesinato, nuevamente a manos de la Federal”.

Primera cuestión, me parece que no hace falta ser “impresionable” para darse cuenta que el despliegue policial para un concierto gratuito y al aire libre de Lito Vitale y otro de Viejas Locas no tendrán la misma cobertura y celo policial. Esto, sea por las razones que fuere, lo uso como ejemplo hipotético procurando despejar, hasta donde se puede, la variable económica de los precios de las entradas. Que hay componentes culturales, sociales y económicos, que determinan que existan disímiles medidas de seguridad por parte de la policía, e incluso de los organizadores, sin duda. Ahora, esto que describo, no es otra cosa que lo que ocurre cotidianamente en cualquier sitio que se aglomera gente. Difícilmente se vea a la policía realizando un cacheo a la gente que asiste a un recital de Luis Salinas mientras que, seguramente lo harán, en un recital del Indio Solari. Los propios productores del espectáculo lo exigirían. No estoy juzgando, trato de describir algo que todos vemos y sabemos, hay un conjunto de variables que hacen que los comportamientos sean los que son.

Segunda cuestión. ¿qué tiene que ver eso con las características del “Spinettismo”? Porque se supone que PA está criticando a los seguidores de Luis Alberto Spinetta (LAS) y a los músicos que estaban en Vélez. Porque si de eso se trata, dado que son diferentes las medidas de seguridad al ingreso de un recital de Arjona respecto de las medidas que se adoptan a la entrada de la Bombonera cuando juega Boca, eso colocaría al público de Arjona en el lugar de acomodados-sociales-que-la-policía-no-toca. Un absurdo, las diferentes medidas de seguridad no responsabilizan de nada al público de Vélez del 4/12. Todos los días transitamos por sitios con diferentes medidas de seguridad y eso no nos culpabiliza necesariamente de las razones que les dieron origen.

La tercera: La no mención por parte de los músicos “ni del público” del pibe Carballo. Yo no me imagino cómo sería una mención por parte “del público”, supongo que armando un cantito o algo así. En fin, poco serio. Respecto de los músicos prefiero no opinar por lo que ya dije, se pueden defender solos si quisieran. Me interesa opinar en tanto público de LAS. Como público no tengo ningún interés en practicar ese tipo de “rituales”. Según PA lo virtuoso de los públicos del “chabonismo” está en la consecuencia, “aunque sea ritual”, de recordar 20 años el asesinato de Bulacio. Bien, ¿cuántas víctimas de la violencia policial o militar hubo en estos 20 años?. Incontables. ¿Qué hacemos?, ¿cada uno recuerda a “sus” muertos? ¿debo suponer que la muerte de Bulacio me “representa” más que la de Cabezas? ¿el soldado Carrasco era menos rocker que Carballo? ¿Pocho Leprati califica? Una locura. Lo que plantea PA es una locura.

Un público amplio en su conformación, que posee historias diferentes, experiencias y sueños de las más diversos, que se amplifican cuando el rango de edades van desde adolescentes a tipos de más de 60 años, un público así, carga colectivamente con innumerables historias y tragedias de todo tipo. Es imposible que ese público pueda practicar alguno de esos rituales colectivos como a los que hace referencia PA. No practicarlos no significa ignorar o soslayar a las víctimas.

Lo que propone PA es ejercitar el “aguante” o la “resistencia”, actitudes dignas de abrazar en contextos y circunstancias que ameriten. No era este el caso a mi juicio.

Como persona, asumo responsabilidades frente a esos hechos violentos. También asumo un rechazo profundo a la demagogia, a la manipulación, a la falta de autocrítica y la hipocresía. ¿Por qué debería abandonar esa conducta cuando entro a un estadio?

Critiqué, y muchos lo hicieron, que LAS pretendiese que el público repudiara la actitud de una revista, que no se mencionó, por no haber sacado en su tapa la consigan de “Conduciendo a conciencia”, un despropósito sin justificación. Un error.

Seguiré.

Cali

Para despuntar el vicio: ensayo y prueba de sonido de Spinetta, invitado por Liliana Herrero, en ND Ateneo

Versión original “Todos estos años de gente”, Spinetta-Paez (1986)

martes, 26 de enero de 2010

Venganza de clase, clase amateur

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No quiero que pase más tiempo sin continuar con esa piolada plagada de malas intenciones y provocaciones que escribió Pablo Alabarces (PA) en el diario Crítica, titulada  “Carballo, Cromañón y la venganza de clase”, (Crítica, 4/01/10)

Habiendo hecho ya mis comentarios sobre lo tramposo del “método Alabarces”, quiero continuar con su nota porque es imperdible. Continúa así:

Eso me permitiría disparar para otra zona cotidiana de nuestra cultura, no sólo rockera sino más ampliamente política: la intolerancia con la que se critica la intolerancia. Pero mientras paladeaba mis nuevos argumentos, pasó lo de la UBA y preferí dedicar mi nueva columna al patoterismo franjamoradista. Pensé que el rock me daría nuevas oportunidades de retomar el debate: lamentablemente, es la coincidencia trágica de la muerte de Rubén Carballo y un nuevo aniversario de Cromañón lo que me obliga a regresar, insistente y testarudo. Porque una de las cosas que más irritaron a tanto spinettiano fervoroso, horrorizado por mi cuestionamiento al Artaud del subdesarrollo, es la comparación entre la tragedia de los chicos de Ecos y Cromañón. La muerte de Carballo me permite desplegar un poco más ese nudo.

Primera cuestión, “la intolerancia con la que se critica la intolerancia”. No sé si capto la frase, pero supongo que hace referencia a las reacciones “intolerantes” que despertó la “intolerancia” de su nota. ¿es así?. Si es así, es cierto, su nota inicial era intolerante y agresiva y si alguien tiene que ejercer la tolerancia, más que nadie, es quien asume la responsabilidad de escribir en un medio. Desconozco las respuestas que recibió y decidí no mirarlas porque ese no es el punto.

image Cuando PA vuelve a la carga con “el Artaud del subdesarrollo”, concepto que creo legítimo que él sostenga, pero así PA está abriendo la puerta a un diálogo en donde los calificativos peyorativos son la moneda de intercambio. Quien coloca el diálogo en ese terreno es PA.

Vuelvo también a decir que no es mi intención defender a LAS y los músico, ellos bien puede hacerlo por sí mismos. Escribo esto en tanto soy público de LAS y me siento agredido, bardeado, por un periodista cuyos estándares de calidad y seriedad están lejos de lo que considero deseable. Aunque PA quiere ser tan inteligente y piola como Martín Caparrós, tal cosa, por ahora, le es bastante lejana (esta es mi pequeña contribución al bardeo iniciado por PA!)

Vuelvo. PA dice lo que más irritó “a tanto spinettiano fervoroso” es su comparación de la tragedia del Colegio Ecos con la tragedia de Cromañón. Veamos lo que escribió originalmente: “Aun con la emoción y el desgarro que esa tragedia me provoca –no lo olviden: tengo hijos de la edad de las víctimas–, me parece un poco excesivo, al lado de, por ejemplo, Cromañón, una tragedia, además, rockera”. 

Veamos, lo que se pone en duda es la envergadura y relevancia de la campaña de “Conduciendo a Conciencia” respecto de la tragedia de Cromañón. Bien, pequeño problema el que plantea PA. Por supuesto, lo plantea mal, pero tampoco da soluciones. El problema sería establecer comparaciones entre tragedias, ¿tiene PA el tester de tragedias, el tragediómetro? No lo tiene, sino nos diría cual es más importante y nos esclarecería.

image Personalmente, no creo que tenga sentido comparar. Es un ejercicio destinado al fracaso. Es un problema sin una solución absoluta. Pero también digo que lo plantea mal, compara una campaña, “Conduciendo a Conciencia” con el recordatorio de las víctimas de la tragedia de Cromañón. Dos cosas diferentes. Una apunta a mejorar las condiciones de seguridad viales y a educar a los conductores, la otra es un  recordatorio que, si bien tiene su mensaje en si mismo, no hay allí ningún reclamo ni acción, yo no tengo nada que decir respecto de la justicia en este caso, PA ¿tiene algo para proponer al respecto? (recomiendo esta nota   y esta otra, ambas con opiniones de LAS)

Es decir, PA compara lo que moralmente no admite comparación, y además, compara mal, porque compara peras con duraznos, las dos son frutas, pero no son lo mismo. Las dos son tragedias, una derivó en dolor y una campaña, la otra en dolor y una causa judicial. Se parecen en muchas cosas, pero jamás me animaría a plantear una comparación.

Seguiré.

Cali

Para tranquilizar los espíritus, Pat Metheny y Chralie Haden, “Spiritual” (1997)

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lunes, 25 de enero de 2010

Ensayo

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Elis Regina (1945-1982)

Gracias a “Youtube” hoy es posible ver joyas que nunca hubiéramos podido ver.

En este primer caso, Elis Regina en un show casi personal. Este video pertenece a imágenes del programa “Ensaio” de la “TV Cultura” de 1973, conformado por interpretaciones en vivo y comentarios realizados por Elis Regina. No hace falta muchas explicaciones. Primero “É com esse que eu vou” y luego “Aguas de Marco”.

(Son fragmentos de un video recientemente publicado en DVD)

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Como es altamente adictivo este tipo de videos, va el inicio de la presentación de Elis Regina en el “Montreux Jazz Festival” en 1979. Luego, dos temas más de esa presentación. Según las crónicas de ese show y de quienes la acompañaban, Elis estaba destrozada por los nervios y todos creían que se caería desmayada en el escenario cuando la veían transpirar como nunca. Una situación extraña, Elis cantaba en público desde lo 15 y ya lo había hecho fuera de Brasil en varias oportunidades. Aún así, es ella sobreponiéndose.

sábado, 23 de enero de 2010

¿Intervenir o no intervenir?

425555La tragedia de Haití coloca en un primer plano algo más que una tremenda catástrofe natural y sus consecuencias. Una de ellas, es que tales consecuencias se ven amplificadas por las condiciones previas al sismo, la que también podemos calificar de “catastróficas”.

El desorden y la confusión luego del terremoto en Haití tienen que ver con la magnitud del mismo, pero también con la ausencia de estructuras de administración sólidas previas al terremoto. Una población que no ha tenido otra alternativa que manejarse como ha podido para sobrevivir desde hace décadas. Sobrevivir en medio de la miseria y la violencia de todo tipo.

Por diversas razones que pueden rastrearse en su historia, Haití es uno de los denominados “estados fallidos”. Si bien el concepto es discutible y no exento de polémica, hace referencia a un país donde el estado no logra ejercer sus funciones básicas en el territorio bajo su administración. Son esos casos en donde el estado nacional ya no posee el control ni ejerce las mínimas funciones que se esperan de él: educación, salud, justicia, etc. Es decir que existen grandes porciones de su territorio donde sus habitantes no saben a ciencia cierta quién gobierna.

Los “estados fallidos” representan una tragedia en sí mismos y, a esta altura de la historia, una amenaza global. Estos “estados fallidos” son una tragedia humanitaria porque sus habitantes padecen hambrunas, abandono, sufren la violencia de grupos armados de la más diversas características, guerras civiles o tribales. La población está sometida a todas las calamidades imaginables y aún más.

Por otro lado, constituyen una amenaza global o internacional por diversas razones. Una de ellas, como puede suceder en el caso de Haití, es que suelen generar, a raíz de diferentes circunstancias -como un desastre natural, una masiva ola de refugiados. Por lo general, estos refugiados terminan a mitad de camino, en países que no tiene capacidad alguna para recibirlos o bien, donde no son bienvenidos, con todas las explosivas complicaciones de una situación así.

425669 También constituyen una amenaza internacional porque el vacío de poder en grandes porciones de sus territorios son sitios accesibles para ser utilizados por redes de narcotráfico o grupos armados de todo tipo. El vacío de poder formal en grandes porciones de territorio no es sólo cualidad de los “estados fallidos”, sucede también en países donde el Estado Nacional sólo posee un control teórico en los mismos, pero que en los hechos son territorios administrados, por ejemplo, por bandas armadas al servicio del negocio del narcotráfico o negocios vinculados a la explotación de recursos naturales. Sucede, por ejemplo, en vastas regiones de la Amazonía o en Colombia.

Dado el potencial explosivo de conflictos, tragedias humanitarias y calamidades de todo tipo que suelen producirse en sus territorios, es frecuente el uso de la “intervención humanitaria” para evitar males mayores o paliar una situación crítica. Hemos visto esta situación en ocasiones recientes  como en las guerras civiles y matanzas étnicas en Bosnia-Hersegovina (250.000 muertos, 2,5 millones de refugiados), en Ruanda (mas de un millón de muertos) o en el Congo (5 millones de muertos, cientos de miles desplazados). Sólo para mencionar una pocas de las numerosas tragedias que no ocupan los titulares de los diarios.

Cuando algunas de estas frecuentes situaciones irrumpen con toda su intensidad surge la necesaria pregunta ¿intervenir o no intervenir?.

Intervenir suele estar basado en la necesidad de poner límite a la espiral de violencia y en procurar minimizar los daños que guerras intestinas o el caos que surge luego de desastres naturales, como el caso de Haití. No intervenir implica confiar en que las fuerzas políticos y administrativas tendrán capacidad para enfrentar la situación, incluso administrar la ayuda internacional. Esto último suele ser bastante improbable.

MI opinión es que la intervención internacional es necesaria y es un imperativo moral. No es posible mirar para otro lado ni escudarse en la “libre determinación” cuando significa que dejamos a la gente librada a la ley del más fuerte o violento. La pregunta es: ¿cómo?

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Como sucede en estos días con Haití, la “intervención” debe ir más allá del envío de asistencia médica, alimentaria y logística. He aquí la gran cuestión, todo eso debe ser administrado, coordinado y establecerse prioridades y criterios de actuación. Con un gobierno local desactivado y una situación social explosiva, ¿quién asume eso roles?

Por esta enorme rendija se filtran las peores sospechas, cuando no, intenciones. Miremos lo que está pasando estos días, más de 10.000 marines (Estados Unidos) son los que ponen ese orden y ejecutan las tareas de gobierno, en “colaboración” con los jirones de las autoridades locales. Así crecen las sospechas de una virtual “ocupación militar” norteamericana, más aún cuando ya se habla de una solución a “largo plazo”. No hay duda que será de largo plazo, la duda es si corresponde a la diplomacia de la Casa Blanca decirlo. ´

¿Cómo se evita ese riesgo? Sin duda que es imposible intentar evitarlo por la simple negativa a que EE.UU. intervenga ya que si eso no ocurre, toda la ayuda queda a merced del caos social y se verían frustradas los mejores esfuerzos, y aún sería imposible garantizar condiciones mínimas de trabajo a las organizaciones humanitarias que envían sus equipos y voluntarios. No hay dudas que quienes deben cumplir ese rol son las fuerzas de paz de la ONU, los cascos azules. El problema que son fuerzas que parecen siempre insuficientes y lentas.

image Se debe tornar innecesario la injerencia de EE.UU, o de cualquier otro, por la agilización y mayor equipamiento a disposición de la ONU. Por una lado, debe haber conciencia internacional que sin ese brazo “armado” con capacidad para actuar en medio de situaciones extremas y cuyo objetivo sea el resguardo de la paz, no hay modo de evitar la “intervención humanitaria” de estados con capacidad militar y logística mayores. Las víctimas terminan  pidiendo esa ayuda, venga del modo en que venga.

La fuerzas de paz de la ONU debe ganar un poder delegado que les permita actuar con rapidez, y en todo caso un Consejo de Seguridad más democrático, deberá corregir lo que haya que corregir luego. La disponibilidad de efectivos y equipamiento debe ser abundante. Para eso, habrá alguna vez concluir que la única razón para la existencia de un ejército es para dotar de personal a los cascos azules. La única razón para gastar plata entrenado a profesionales en la llamadas Fuerzas Armadas es para contribuir a misiones de paz de la ONU. Toda otra intencionalidad es plata invertida en capacitar militares en doctrinas nacionalistas, siempre agresivas y criminales.

O dejamos que algunos estados actúen de gendarmes globales o pensamos y actuamos para que la seguridad global se construya en base a la paz y no la dominación. ¿A cuál de los dos modelos responden nuestras fuerzas armadas?

Cali

Bosnia” (1997) Spinetta y los Socios del Desierto

miércoles, 20 de enero de 2010

Venganza de clase, clase turista.

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Imaginemos esta situación: alguien escribe una nota en un diario de tirada nacional sobre la presentación de Joaquín Sabina esta noche y dice lo siguiente:

“Esta noche miles de fanáticos se juntarán en el estadio de Boca Juniors ha celebrar las canciones yo transitadas hasta el cansancio por su cantor favorito y escucharán, con la boca abierta y los ojos en blanco, las nuevas canciones, que no tiene nada de nuevo sino una repetición hasta el hartazgo de los clichés que otrora sorprendieron. Pero los admiradores de Sabina nunca admitirían que su cantante favorito es hoy una caricatura de lo que supo ser. Eso sucede porque ya los seguidores de Sabina se han convertido en una suerte de fanáticos que se consideran a sí mismos como superiores al resto de la humanidad y que no admiten ninguna crítica de nadie sobre su cantante-fetiche. Son una secta que se considera que sólo ellos son capaces de entender la poesía pretenciosa de Sabina”.

¿Qué sucede inmediatamente? Un montón de gente que escucha a Sabina, o piensa asistir a su concierto o ha asistido anteriormente a alguno o ha comprado algunos de sus discos, escribe al diario contestando a nuestro columnista reprochándole semejante nivel de incomprensión, mal trato y juicios desmesurados. Algún otro intentará argumentar por qué no se trata de un público sectario. Bien, ¿que viene después?

“La andanada de críticas que este diario ha recibido por mi anterior columna me demuestra, y deja claro, que, tal como ya lo señalamos, se trata de un público sectario, no dispuesto a recibir ninguna crítica, como si sólo ellos fuesen capaces de entender a Sabina, y todos los demás unos estúpidos. Como ya lo señalé, se consideran superiores y reaccionan como fanáticos.”

Para nuestro columnista, jugada perfecta.

A mi juicio, una sucia trampa, que si existiese algo parecido a un tribunal de ética para estos menesteres, se consideraría “mala praxis”, pero está bien que tal cosa no exista, cada uno debe evaluar la validez de los argumentos y los periodistas que lee.

Exactamente este ejercicio es el que desplegó Pablo Alabarces (PA) en ocasión del concierto de Spinetta en Vélez en diciembre de 2009. Maltrató a Spinetta y a su público, procurando romper las unánimes críticas favorables que ese evento recibió, algunas de ellas señalando pifies y puntos flojos, pero ninguna dejó de maravillarse por ese concierto. Pero PA practicó ese ejercicio del yo-si-que-tengo-algo-distinto-para-decir. Cuando la gente le recriminó por su maltrato poco justificado, volvió al ataque señalando que las reacciones no eran otra cosa que la confirmación de su hípótesis.

“El pequeño escandalito que generó mi contratapa sobre Spinetta a comienzos de diciembre (el lunes 7) me dio muchas ganas de retomar y ampliar esos argumentos. Por supuesto, se trató apenas de un escandalito en internet, causado por las decenas de lectores indignados que estaban haciendo cola para pegarme. Como había previsto –como, incluso, había dicho en la nota–, el spinettismo es una forma más del fanatismo argentino: mal que les pese a tantos seguidores autoconvencidos de su inteligencia superior, las reacciones abrevaron en lo peor del fundamentalismo y la intolerancia”. (“Carballo, Cromañón y la venganza de clase”, Crítica, 4/01/10)

Así arranca PA su segunda nota, desopilante como la primera, sobre el público de Spinetta. PA podrá decir que su nota es un análisis sociológico más amplio que simplemente el “público de Spinetta”, pero ese es el foco de ambas notas, y lo demás es puramente argumentos que transitan lugares comunes.

Las preferencias musicales de PA no ameritan comentarios ya que no es lo que está en discusión. Escribo esto, en tanto “público de Spinetta” y, por ende, sentirme aludido por ambas notas. Seguiré.

Cali

PS: esta nota es una especie de continuidad de “La tecla bardera, y sale con fritas”.

martes, 19 de enero de 2010

La ideología como instrumento

La novela de la ideología
Una nota de Beatriz Sarlo, una de las mentes más brillantes de la Argentina. Cali.

Consecuencias de un debate mal llevado
La novela de la ideología
Beatriz Sarlo
Para LA NACION
Martes 19 de enero de 2010

El gobierno de los Kirchner ha tenido la virtud de introducir temas en el debate público. Sólo los bien informados sabían hasta hace dos semanas que el Banco Central era una institución diferente de, digamos, el Banco de la Nación. Probablemente se pensara a los dos como "bancos oficiales" o "bancos del Estado". Sólo los bien informados tendrían idea de los cambios que se introdujeron, a lo largo del tiempo, en las normas que hoy rigen el Banco Central. Pero, con la pedagógica intervención de los Kirchner, esa institución resplandece como si hubiera surgido en los albores de la patria y estuviera por celebrar dos siglos de vida.

Los Kirchner convierten todo en palpitante carne fresca, que sirve tanto para el informativo de medianoche como para los móviles radiales de las seis de la mañana. Esto mismo ya había sucedido con la resolución 125. De repente, hombres, mujeres y niños que no hubiéramos podido mejorar las explicaciones botánicas proporcionadas por la presidenta Cristina Kirchner en su recordado discurso sobre el yuyo de la soja, que crece por cualquier parte sin que lo rieguen y sin dar trabajo a nadie, esos mismos distraídos habitantes de ciudad, convertidos en expertos, descubrimos que nuestro alimento no era un producto químico preparado en la trastienda de los supermercados sino el resultado de una larga cadena de trabajo y de valor (como le gusta decir a la Presidenta).

Es dudoso que todo esto mejore la calidad de la discusión pública. La mayoría de nosotros sigue sin tener ideas aceptablemente precisas sobre la producción agraria ni sobre los bancos centrales que, bueno sería aclararlo, no son idénticos en todos los países del mundo. Sucedió con la soja y ahora con el Banco Central lo que hace unos años con el odio suscitado por el sistema electoral que propicia las listas sábana, sin que esa antipatía profunda lograra fundamentarse en mejores alternativas a la frase "se esconden los impresentables detrás del cabeza de lista". Como el "que se vayan todos", las listas sábana eran un enemigo claro, aunque, en realidad, no se lo conociera.

Estos debates mal llevados indican pobreza y desconcierto, cuyos responsables son, en primer lugar, los mismos que los hacen caer, como granizo, sobre la cabeza de los ciudadanos que un día se enteran de la existencia de retenciones y otro día son sucintamente informados de que el Poder Ejecutivo va a disponer de una porción de las reservas federales sin cumplir los trámites indispensables. La cuestión misma en debate es complicada. Pero esos ciudadanos súbitamente enfrentados con la necesidad de pronunciarse realizan un desplazamiento: más que en la sustancia de una medida conflictiva se fijan en el modo en que esa medida ha sido tomada.

Las formalidades institucionales, por este camino lleno de vueltas, se colocan en un primer plano que no ocupan cuando esos mismos ciudadanos critican el garantismo o piden mano dura policial en oscuras reminiscencias de una sociedad vengativa.

Esto sucede, entre otros motivos, porque los Kirchner usan la ideología de manera instrumental, lo cual quiere decir que revisten de motivaciones elevadas y frases extraídas de discursos nacionalpopulares a medidas de gobierno que tiene un carácter menos ideológico y más anclado en la pedestre conservación del control sobre los recursos indispensables para mantener el poder, por lo menos hasta el fin de su mandato.
La conversión de la ideología en instrumento de políticas que no responden necesariamente a ella es uno de los rasgos más característicos del gobierno de Cristina Kirchner.

Durante el conflicto con el campo, tanto la Presidenta como su marido fueron variando el destino de los miles de millones que llegarían al erario si se subían las retenciones; hablaron del "hambre del pueblo" y de la "mesa de los argentinos", prometieron hospitales y obras públicas, improvisaron cambiando el destino de esos miles de millones cada vez que fue necesario asegurar la lealtad de sus seguidores (sobre todo, de aquellos que se piensan como la izquierda del kirchnerismo aunque no se presenten con esa frase desacreditada).

Sin embargo, una mayoría siguió desconfiando de este uso instrumental de la ideología, porque las bellas promesas no compensaban la concentración de poder y el desdén por el diálogo con que se las enunciaba en todos los palcos. Los intelectuales de Carta Abierta argumentan, por supuesto, mejor que los Kirchner, y dan explicaciones que vinculan la ideología instrumental con la ideología profunda; buscan razones enterradas en la arqueología de los estilos políticos populares, que serían menos afectos a las formas institucionales.
Sin embargo, el uso instrumental de la ideología es un arma más venenosa que la violación de alguna norma institucional, cuyo resguardo puede confiarse a la Justicia o al Parlamento. El uso instrumental de la ideología implica la implantación de políticas tacticistas y sin principios, cuya paradoja es, justamente, que destruyen un sustrato simbólico, afirmando, al mismo tiempo, que lo hacen para defenderlo. Un paisaje político desierto puede resultar de esta manipulación de las ideas en función de cualquier medida de gobierno. Por eso, los Kirchner juegan con un fuego en el que terminan consumiéndose los fundamentos mismos de su legitimidad simbólica. Son políticos de vendetta y de revancha; con esos gustos, es difícil que sean, al mismo tiempo, políticos de grandes ideas.

Son, por otra parte, personajes belicosos. Tiene razón Cristina Kirchner: nadie puede exigir que un presidente sea simpático; pero sí puede exigir que dialogue con la oposición no en un tinglado poselectoral, armado a las corridas, después del 28 de junio, en la carpa de un ministro del Interior que no podía contestar ni que sí ni que no, y que estaba allí sólo para mostrar el acto mismo del diálogo, como una performance fotografiada para la prensa.

La triste novela escrita alrededor de un presidente atrincherado en el Banco Central bajo la protección de la Justicia y la conversión de ese personaje técnico en un paladín institucional son consecuencias bien torpes, que los políticos de la oposición deberían ser los primeros en tomar como tema de reflexión: la ciega Fortuna golpea la puerta del menos pensado, pero no es obligación ser ciego ante sus dones.

Algo similar sucedió con el vicepresidente Julio Cobos. No es menos anómala su permanencia en un cargo desde el que ensaya su perfil de candidato opositor al gobierno con el que fue elegido. El tacticismo, que también existe en la oposición, podría responder: "Y bueno, menos mal que lo tenemos a Cobos en el Senado". La respuesta es tan cortoplacista como las tácticas de los Kirchner y tiene algo de cínico. La persistencia de Cobos como vicepresidente también tuerce los límites entre lo aceptable y lo inaceptable, aunque tales adjetivos no figuren en la Constitución. En realidad, una república democrática se sostiene tanto en las instituciones como en las costumbres, en la ley y en la ética.

© LA NACION

La tecla bardera, y sale con fritas

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Faltaba que Pablo Alabarces (PA) sumara su ejercicio de “yo-si-que-tengo-algo-distinto-para-decir” en relación a Sandro.

Siempre asumí que los periodistas, los que escriben “columnas” y notas en diarios y revistas debían hacerlo con el objetivo de que sus escritos sirvan a sus lectores haciéndoles las cosas más entendibles, más sencillas y menos misteriosas.También, a ver las cosas de un modo menos prejuicioso y a abrir puertas nunca antes abiertas. No diferencio mucho esa actividad de cualquier otra clase de docencia. Yo se que lo que digo tiene grandes limitaciones, pero me cuesta pensar cuál sería el sentido de relatar algo, desde exponer un sentimiento a hacer una crónica policial, si no se lo hace para que a otros les sirva de algo.

Por lo general, es así. Más allá de las limitaciones de cada pluma, subyace alguna vocación como las que describo. Claro que estoy excluyendo aquí a mercenarios y otros que por razones económicas o políticas escriben para encubrir cosas. Pero también hay quienes escriben ni para lo uno ni para lo otro. Sin buscar rigurosidad informativa, sus opiniones surgen “ad hoc”, procurando sustentar su auto-denominación de “provocadores”. Por supuesto, sus escritos suelen levantar polvo rápidamente, en particular, en la web 2.0 (comentarios con puteadas en los sitios de internet).

Antes que “provocadores”, yo los llamaría “barderos”.

PA califica, a mi juicio, como un simple bardero en sus últimas notas publicadas en el diario Crítica. Convengamos que provocar reacciones en la gente no te convierte en “provocador”, o sí, depende que entendamos por provocador.

Su última nota, “La tecla populista, entre otras yerbas” (18/1/10), vuelve a adoptar opiniones un tanto desopilantes, como ya lo hiciera con las dedicadas al concierto de Spinetta en Vélez. Prometo volver sobre esas notas.

En este caso, PA utiliza y se solidariza con la nota de Martín Caparrós escrita en relación a la muerte de Sandro. Creo que ésta es la única expresión solidaria que recibió esa nota de Caparrós. Sobre la nota de Caparrós ya he escrito mis comentarios, tratando de destacar su valor y exponer en dónde creo que se le escapa la tortuga.

Si bien considero que Caparrós se equivoca en su nota, lo hace tratando de responder a las preguntas adecuadas que genera un fenómeno complejo como el ocurrido durante la agonía y muerte de Sandro.

image En primer lugar, PA califica como “contratapa contundente” a la nota de Caparrós. La “contundencia” de la que habla PA es la misma contundencia que tiene un golpe con un garrote o lo tiene un piedrazo, o cualquiera de ese tipo de “objetos contundentes” que suelen aparecer en las crónicas policiales. En cuanto a la contundencia argumental “que produce gran impresión en el ánimo, convenciéndolo”, acorde al diccionario, nada.

Si se tratase de contundencia argumental, difícilmente tendría que decir PA que “es posible que los argumentos de Caparrós hayan sido excesivos”. Esto me hace recordar, siguiendo las crónicas policiales, cuando hablan de “alevosía” en el uso del “objeto contundente”. Si uno expresa un argumento contundente, puede, en todo caso, reiterarse si los usa repetidamente, pero no “excederse”. ¿Qué es que los argumentos hayan sido “excesivos”? Es raro para una “contratapa contundente”.

Es que sólo son argumentos cuyo destino es impactar y PA procura fortalecer lo que no convence, lo que no es contundente. Son los que usó Caparrós en su nota, aún con el reconocimiento de que se trata de una nota inteligente, y los bartolea PA en ésta última.

Luego agrega PA, “pero el exceso de Caparrós da en el blanco cuando recuerda la plebeyización de la cultura y la sociedad argentina que viene ocurriendo desde el menemismo, por lo menos, y sobre lo que no se ha puesto adecuadamente el acento”.

image Ay, ay, ay, elevar a esa categoría algo que ya es un lugar común, ¿qué no se ha dicho, ridiculizado y criticado del menemismo como legado cultural? Por suerte la nota de Caparrós argumenta algunas cosas más que esa perogrullada. ¿Qué contundencia? ¿dar en el blanco por recordar el pizza con champagne o la grasada de los nuevos ricos? ¿no se ha puesto adecuadamente el acento en ese fenómeno social de los ‘90? ¿la nota de Caparrós es la que descorrió el velo de la “plebeyización de la cultura”?

Ninguna contundencia, ni ninguna lectura novedosa. Me atrevo a estimar en miles las páginas escritas sobre dicho fenómeno cultural de los 90. Pero, no quiero repetir lo que he escrito anteriormente, nada de eso explica un fenómeno de más de 40 años como ha sido Sandro.

Esta pobreza argumental sólo se explica ante la gimnasia de “provocar”, en este caso, frente a una enorme muestra de afecto y respeto que gente de todo pelaje y color ofreció en esos días luego de la muerte de Sandro.

Para que el bartoleo sea completo, se los mezcla en dosis adecuadas de:

La discusión sobre el populismo cultural dominante en la Argentina es un debate urgente, que también tiene que ver con las políticas culturales, la ley de medios, la concentración monopólica, las oposiciones entre los campos periodísticos y académicos, el rol de los intelectuales. Para encarar ese debate, el libro de Meyer o las columnas de Caparrós son un insumo imprescindible: en su exasperación, señalan con nitidez que la mediocrización del debate político también ha alcanzado al debate cultural. Lo que reclaman –y ese reclamo debiera interpelarnos con nitidez y urgencia a los académicos y a los periodistas– es que la agenda la fijemos nosotros, y no el suplemento de espectáculos de Clarín. Y que la teoría sigue siendo imprescindible, entre tanto bochinche celebratorio de una cultura de masas cada día más degradada.

Y sale con fritas!

Caliimage

martes, 12 de enero de 2010

Miscelaneas enero 2010

milico He estado incorporando etiquetas y algunas han sido sugeridas por lectores y amigos (rock nacional, desarme, etc.)

De vez en cuando hago una revisión de links y detalles para mantener la información actualizada y disponible. Las entradas viejas no están obsoletas, todas tienen su valor original, éste puede ser mucho, poquito o nada.

Así he colocado nuevamente las canciones de Almendra en la entrada “Rock y Dictadura” que cuando la hice no funcionaba goear y utilicé otro programa. Ahora están activas en el mismo formato que las demás.

Les dejo el videoclip “Deberías saber” de Charly García.

 

lunes, 11 de enero de 2010

Quizás

imageBuena nota de Osvaldo Bazán. Es un buena réplica a la nota de Caparrós. Se anima a un punto donde yo me detuve. Es en el mejor sentido de la palabra, provocadora: obliga a pensar las cosas nuevamente, a revisarlas. Supongo que con esta entrada cierro esta saga.

Cali

 

La pelvis de Gardel

En estos días se escucharon muchas reivindicaciones rockeras de la figura de Sandro. Hubo necesidad de revestir al ícono suburbano con el prestigio que –parece– tiene el rock y casi ninguna otra música popular. A Sandro no lo agrandó la muerte. Sandro es grande desde hace casi medio siglo. Osvaldo Bazán.

Por Osvaldo Bazán, diario Crítica, 8 de enero de 2010

¿Y si un solo movimiento de pelvis de Sandro hubiese resultado más útil a la revolución que todas las bombas que pusieron las organizaciones armadas de los 70? No, en serio…, ¿qué pasaría si las incitaciones carnales de ese jetón hermoso que se mordía los labios desparramando lascivia se descubren finalmente mucho más liberadoras, más igualitarias, más dañinas para la reacción descontrolada que gozó del poder todo a lo largo del siglo XX, que los copamientos, las cárceles del pueblo, las consignas esclarecedoras? ¿Qué ocurriría si se descubriese que el hombre nuevo no estuvo cerca de nacer en la toma de Monte Chingolo sino en ese coxis dislocado, en esa provocación hormonal a mansalva? La sociedad en la que explotó Sandro era una sociedad injusta y reprimida. Nunca dijo una palabra que pudiera ser confundida con una toma de conciencia frente a las injusticias sociales que lo rodearon. Sin embargo, le bastaron cuatro penetrantes miradas para romper barreras morales que nunca supieron diferenciar derecha de izquierda. Ninguneado por los que estaban haciendo la revolución, supongo que porque nunca arengó para desalambrar nada ni se preguntó por las culpas del tomate, visto como objeto de consumo alienante por la vanguardia esclarecida, Sandro se calzó pantalones de cuero, abrió su camisa e hizo sus shows catatónicos en los escenarios de los clubes de barrio de todo el país. Sembró en los lugares más impensados la semilla de la concupiscencia, combatida con ahínco por las mismas armas que enfrentaban la guerrilla urbana. Sin embargo, haber tenido los mismos enemigos nunca los unió. También la guerrilla combatió la concupiscencia. La libertad sexual siempre fue sospechosa para el poder y para quienes quisieron tomar el poder. Los hombres son verdaderamente libres sólo cuando son también sexualmente libres.

Sandro lo sabía.

Las organizaciones guerrilleras, no.

Quizás por eso él consiguió lo que las organizaciones, nunca: el cariño del pueblo.

 “Penas”, Aterciopelados (1999)

Miren atentamente el DVD de las actuaciones de Sandro en la televisión mexicana. Pantalones y chaleco ajustadísimos, blancos, con algunos detalles plateados. Camisa rosa. ¡Rosa! Transpiración. Mucha transpiración. El pibe, el conurbano bonaerense en su maravillosa expresión, la desfachatez y el sentimiento, la alegría y los ojos oscuros. Salta el micrófono de una mano a otra. Y otra vez. Mira fijo a cámara. Todo va a estallar. Y entonces el éxtasis, el pubis impúdico del morocho de los barrios del sur, el sexo marcado direccionando las miradas hacia la entrepierna ajustada, el sexo no disimulado, exacerbado, desafiante. Exagerado. Absolutamente exagerado. Los camarógrafos mexicanos no saben qué hacer. No pueden lograr un zoom tan rápido que elimine de las pantallas ese festival espástico que nunca antes había aparecido en las casas de la clase media mexicana. Ni en los televisores de ningún otro país latinoamericano. Son cinco segundos, y él los aprovecha. Miren las caras del público, de todas esas mujeres ardidas, de esos hombres asombrados. Y del chico que nunca confesará. Miren esa señora que por primera vez desconfía de lo aprendido, pide los binoculares, se entusiasma. En esa sonrisa caben las ansias de las venas abiertas de Latinoamérica. Miren la sed, las ganas, la determinación de la vida, lo que no había. Sandro encendió el deseo sexual, el deseo de la vida en un continente que sólo rendía pleitesía a la muerte. Sandro fue vital ahí donde se desataba la masacre. Ahora que ya pasaron el deseo y la masacre, ¿dónde estuvo la verdad?

En estos días se escucharon muchas reivindicaciones rockeras de la figura de Sandro. Hubo necesidad de revestir al ícono suburbano con el prestigio que –parece– tiene el rock y casi ninguna otra música popular. Según la historia contada por cierto periodismo progresista, Sandro habría sido uno de los padres fundadores del rock nacional, pero –muchacho pícaro– se decidió por una música comercial, sin valor artístico, una música que sólo puede ser tomada en broma.

Y sin embargo.

Del 63 al 66, antes aun de que alguien tomara una balsa para irse a naufragar, editó cinco discos. En realidad, el primero, Presentando a Sandro con Milo y su conjunto, es una compilación de sus simples; la traducción más básica y simultánea posible pre-televisión satelital de lo que pasaba en el centro de poder mundial. Así, la versión argenta de “Love me do”, que los Beatles editaron en octubre del 62, él la publicó en mayo del 64. Y tiene un primer escarceo simpático con la comedia musical, con el archifamoso “América” de “Amor sin barreras” y éxitos italianos como “Las noches largas”. El segundo (en realidad, el primero) es Sandro y siguen las versiones Ben Molar de los Beatles, de Johnny Hallyday, de los éxitos de la época en Estados Unidos e Inglaterra. Es decir, fue una antena de lo que escuchaba el Primer Mundo, oía lo que oían los iniciados y lo compartía con aquellos que no tenían esa información. Lo hizo mal, bien, mejor, pero llevó esa modernidad de cabotaje a mucho más que los cien barrios porteños. Al calor de Sandro y los de Fuego y El sorprendente mundo de Sandro siguen esa lógica de la traducción mediocre pero pasional, esas ansias por interpósita persona, rock de acá como si fuera de allá, entrañable pero mal, los pininos obvios de cualquier artista cachorro. Una copia necesaria para que después aparecieran las balsas, las mariposas de madera, los osos. Y para que el público estuviese preparado para todo lo que se venía. Todo sirve. En el 66, con Alma y fuego entra en acción la grandilocuente orquesta de Oscar Cardozo Ocampo. Si la carrera de Sandro hubiera terminado ahí, quizás la colonialista denominación de “Elvis criollo” sería justa. Pero hubo más, mucho más. Quizás ellos tuvieron un “Sandro yanqui”.

Cuando en el invierno del 67 editó Beat latino, algo estaba ocurriendo: es el puente que Sandro no quiso cruzar, el que le hubiera dado el prestigio con el que hoy los rockeros insisten en barnizarlo, por eso aman ese disco y cuántos darían media vida por poder tener eso que a Sandro le chorreaba a borbotones: estilo. “Cuando hablo de ti” es aristocracia de barrio en grado excesivo y “Ave de paso” demuestra que el pibe –¡sólo tenía 22 años!– ya no era una copia, ni una promesa ni un ahí veremos.

“Tengo”, Divididos (1999)

Tomó un camino poco prestigioso, el de la balada sangrante, desaforada, cursi. Lo que algunos rockeros parecen no querer admitir es que lo hizo porque quiso. Porque en un país en el que aún hoy se dice por televisión que el hombre que baila levantando los brazos es poco hombre, pocos hicieron por la liberalización de las costumbres tanto como Sandro en su exaltada virilidad. Mientras la represión sangrienta y la militancia iluminada se tapaban con prejuicios medievales, Sandro saltaba en pelotas en un catamarán en el Delta. Ésa sí que era revolución.

Por eso a mí el fundamental me parece el disco posterior, (¡grabado sólo dos meses después de Beat latino!): Quiero llenarme de ti (vibración y ritmo), con una tapa que quizás no casualmente muestre a dos Sandros: el de jacket con moñito y el de pulóver a rayas. Es el disco en donde comienza la dupla con Anderle, que se consolidaría en el disco posterior, La magia de Sandro, no casualmente ambos con la dirección de Jorge López Ruiz, que supo mandar la voz al frente, porque esa personalidad no podía estar tapada por coros, violines y trompetas y supo entender al histriónico compositor de “Quién”, “Estoy desesperado” o “Atmósfera pesada” y el showman consumado de “Mon ami”, además, claro de esa súplica sexual explícita: “Quiero llenarme de ti”. Era el momento en que Gardel, finalmente, bajaba del bronce, movía la pelvis.

Lo que las fuerzas vivas de este país nunca soportaron.

Lo demás es historia, envidia, gloria y cigarrillos.

A Sandro no lo agrandó la muerte.

Sandro es grande hace casi medio siglo.

“Una muchacha y una guitarra” (versión en italiano”, Sandro (1968)

sábado, 9 de enero de 2010

anochecer de un día agitado

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Yo me imaginaba que venía la nota de Caparrós.

Por supuesto, se trata de una nota inteligente, pero no agota un tema escurridizo como son los gustos, los símbolos y los caprichos de “lagente”, como a él le gusta señalar. Al final de esta entrada está su nota completa, creo conveniente antes de seguir, pegarle una leída.

Para empezar, podría suscribir cada uno de los conceptos de su nota. Pero es tanto lo que Caparrós deja afuera o soslaya que se me hace imposible no escribirlo.

Yo también sufrí este tormento de superlativos a granel y de homenajes en cadena. Pero…

…no se puede ignorar que ha sido una muerte que a casi nadie le pasó desapercibida. No hay tantas vueltas, no cabe la pregunta si 40.000 señoras son “lagente” o no. Cualquiera puede decir: “La gente le dice adiós a Sandro” y no tengo ninguna duda que es una expresión que posee muy pocas posibilidades de ser injusta. ¿Cómo medimos la opinión de “la gente”?. Los más diversos medios de comunicación: de masas, de guetos, interactivos, audiovisuales, virtuales, escritos, orales, etc. reflejaron, cada uno a su modo y destacaron lo que consideraron destacable, pero nadie ignoró el hecho. No es este un caso en donde debemos señalar alguna manganeta para hacer pasar por “lagente” una opinión sectorial. En otros casos, puede ser, pero éste, no es el caso Caparrós.

Por supuesto que la muerte embellece y afloja las críticas y que hubo adjetivos por demás. Pero…

…suponer que es la muerte lo que dispara el mito, en este caso, es una enorme equivocación. Sandro recibió todos los premios habidos y por haber, fue reconocido por el Estado Nacional, con discos tributo, mil veces versionado, imitado, caricaturizado, homenajeado, etc. etc. etc. Sólo le faltaba morirse!. Su carácter de “leyenda nacional” nada tiene que ver con su muerte.

“Rompan Todo”, de Tango 4 (1991)

Por supuesto que su figura y sus canciones retrotraen a un pasado, que por lo general, se lo añora, con justicia o no, pero se lo añora. También es cierto que su obra no califica como obra artística de gran valor y no justifica algunas comparaciones tontas que se hicieron.Pero…

… el pasado al que, para muchos como yo, Sandro está asociado es un momento en que la música popular pegaba un salto y un grito que nunca habíamos sospechado podía darse aquí. Es haber hecho lo que hizo en su momento, y ahí está. Después vinieron muchos más y mejores, pero el que hizo que “eso” saliera por televisión, llegara a todo el país, llegara a Juncal!… en fin. Que en Juncal le hayan tirado barro a la camioneta es como cuando rompían discos de los Beatles en Estadios Unidos (salvando todas las distancias!!!!). Por eso, su pasado en los 60 es tan recordado y, en mayor o menor medida, valorado. Vale leer el recuerdo de un hueso duro de roer como Javier Martínez. Caparrós, yo sé que el rock´n´roll no te importa y acá se nota.

“Si yo fuera carpintero” de Tributo a Sandro (1999)

Es cierto que el ser querido no otorga calidad de gran artista. Está claro, Sandro se dedicó al entretenimiento, por sobre todo. Sus letras son horrendas, aún así, mejores que la mayor parte del repertorio melódico usual. Su dicción se la fabricó para cantar en América Latina, obvio. también cantó en italiano para entrar en ese mercado. Pero…

… el ser querido no es poca cosa en el medio artístico y la feria de vanidades de los medios. Llegó a ser lo que fue y creo que recién en su agonía final, supimos al detalle aspectos de su intimidad, cosa que nunca ocurrió. Una muy sana manera de ser “estrella”, su público sólo lo veía en sus shows, nunca en escándalos, programas de chismes, ni nada parecido. No es poco si se trata de darle a “lagente” algo mejor que lo mismo de siempre. Nunca le dio a su público escándalos o romances, le dio una colección de discos y shows, algunos memorables otros terriblemente malos, pero sólo eso. Ni más, ni menos. No se que sucederá cuando se muera Tinelli o Susana, probablemente lo mismo que suceda cuando se muera Sofovich o Legrand. ¿Generarán lo mismo que Sandro? a mi me parece que no, pero es contrafactico, esperemos a que ocurra y el que esté vivo para entonces, que nos cuente.

Finalmente, coincido con lo de “la plebeyización del gusto que empezó con el menemismo”, el futbol y el cuarteto son dos ejemplos elocuentes de lo que sucedió en los 90. Pero…

… es un enorme disparate asociar a Sandro con ese proceso. Sandro ganó todo, vendió todo y se hizo popular en toda América latina mucho antes que el menemismo hiciera su trabajo. No se puede mezclar todo: una cosa es Rodrigo, otra cosa son los más de 40 años de carrera de Sandro. Finalmente, nadie le está perdonando nada a Sandro en estos días. Hay gente agradecida, hay gente que añora cosas, hay gente que se entretuvo con Sandro, hay gente a la que le daban gracia sus payasadas y grasadas. No tiene nada que ver con las culpas de las que habría que olvidarse (si es que deseáramos hacerlo) cuando se mueran Kirchner, de Narváez y todos los que menciona Caparrós al final de su nota.

“Bailando en la vereda” (ver link)

Bueno, son algunos de los puntos en los que creo que Caparrós mete la gamba y tratándose de Sandro no los podía dejar pasar!

Cali

El mejor argentino

Por Martín Caparrós

07.01.2010

La locutora cubana hacía llegar, desde Miami, su solidaridad con todos los argentinos por la pérdida sufrida –y el conductor de la radio local, educado, la dejaba hablar. Un locutor mexicano le explicaba, desde el DF, al mismo conductor que esto no era ni más ni menos que una tragedia y como tal debíamos enfrentarla –y el local, educado, acordaba con él. Y después una paraguaya y un chileno y quichicientos argentinos repetían; eran sólo un ejemplo de los cientos, miles de periodistas que velaban la aureola del señor Roberto Sánchez Sandro.

Este lunes la muerte volvió a golpear a la Argentina, y consiguió atontarla una vez más. Durante un par de días, los medios hablaron del señor Sandro más que nada: los diarios lo llevaron a la primera página y dieron a su muerte ribetes de tragedia. Los diarios son –curiosamente, todavía– los que establecen la agenda informativa que siguen los demás medios, así que todos entendieron que se trataba de una tragedia nacional. Que sirvió, entre otras cosas, para precisar uno de los conceptos blandos más exitosos del postmenemismo. Clarín lo usó con propiedad de propietario: “La gente le dice adiós a Sandro en el Congreso” –y, enseguida: “Pasaron 40 mil personas”. Quedó claro, por fin, quién es lagente: esas 40.000 personas que pasaron a mirar el cuerpo del cantante, un suponer.

–Así que eso era lagente.

–Y sí, mire vea.

–La mitad de un recital de los Redondos o de los Piojos. Pero seguro que esos no serían lagente.

–Quién sabe no, vaya a saber.

No es fácil escribirlo, porque está la famosa muerte de por medio, pero las loas y alabanzas que desparraman sobre el difunto me suenan a levemente mucho. El señor Sandro fue un cantor con una voz agradable pródiga en gritos y susurros, una puesta en escena que rozaba la caricatura, la toqueteaba, la penetraba impune, un cuerpo atractivo y movedizo y esa cara de turrito seductor, que cantaba canciones tan poco originales –ajenas, al principio, y después copias– con una dicción rara, donde su ye porteña se transformaba en una elle for export sudaca. El señor Sandro no inventó nada; su aporte a la música consistió en un puñado de temas muy primarios que recordamos como se recuerdan los jingles de la infancia: con esa misma mezcla de nostalgia y displicencia y una pizquita de vergüenza:

–Bueno, éramos chicos.

–Sí, chicos éramos, claro. Pero no…

Ahora pataleamos en el mito: leyenda, tragedia, ídolo nacional. La primera psicóloga aburrida diría que nos estamos quedando tan huérfanos de referentes que cualquiera que pueda lejanamente postular para el puesto se lleva toda la torta las velitas el payaso un par de serpentinas –y más si consigue morirse cuando cuadra. La segunda –discusión encendida, café, cigarrillos con rímel– retrucaría que es un efecto más puro de la muerte: que el señor se convirtió en este tótem improbable porque en sus últimas semanas capturó nuestra atención con esa agonía sin fin que ofrecía la esperanza de que incluso las enfermedades terminales dejaran de serlo –y que fue realmente trágico comprobar que no, que cuando alguien va a morirse en general se muere. La tercera –porque las psicólogas siempre vienen de a tres, por si las moscas– contestaría que no es así, que hablamos de la muerte pero de otra manera: que se trata de la nostalgia de tantos por su propia juventud perdida, de cómo se trabajan la memoria para convertir ciertos hechos menores en momentos espléndidos: aquellos ritmos que bailaron sudados en algún carnaval y que, tiempo mediante, por la monotonía de lo que le siguió, se volvieron gloria en el recuerdo, y que llorar a Sandro es llorar lo que no fuimos, diría, su lagrimita atravesada.

Y así seguirían y yo, por decir algo, les propondría dejar por un momento el barro del mito y la leyenda y las apologías del artista eximio, y mirar sus canciones para chequear esa noción –seguramente malintencionada– de que sus letras son cimas picos cúspides de la cursilería. Entonces buscaría entre las más celebradas; la que empieza, por ejemplo, “Ay, Rosa, Rosa/ tan maravillosa/ como blanca diosa,/ como flor hermosa,/ tu amor me condena/ a la dulce pena/ de sufrir...”, portento del lugar común ya ni siquiera muy común de tan común. O, si no –siempre entre sus hits–: “Una muchacha y una guitarra/ para poder cantar,/ esas son cosas/ que en esta vida/ nunca me han de faltar./ Siempre cantando,/ siempre bailando/ yo quisiera morir,/ dejar al cielo/ sobre este suelo/ en el que yo nací”. Otro milagro de profundidad, revelación, interpretación de lo nunca antes dicho con rima infinitiva o bien gerundia. Y una de las psicólogas me miraría y pensaría en preguntarme qué me pasa, e incluso, quizá tararearía: “Se te nota,/ porque estás muy agresiva,/ la mirada siempre esquiva,/ vida mía, se te nota./ Se te nota,/ porque finges al hablarme,/ y pretendes simularme,/ vida mía, se te nota.” Otro hondo drama humano encerrado en siete versos.

–Bueno, pero lagente lo quería.

–¿Ah, sí, lagente?

Es indudable que el señor Sandro fue muy querido por muchos argentinos. Es un hecho, es un mérito –quizá mayor que tantos otros. Pero que alguien sea querido no lo convierte en un artista ni da un valor estético particular a lo que hace; prueben a matar a Tinelli o a Giménez y verán cuántos millones van a velarlos dónde sea. Parece obvio y, sin embargo, abundaron estos días columnistas en diarios y radios mofándose de los “intelectuales” –o, incluso, “intelectualoides” o “intelectualosos”, aunque la mayoría considera que la palabra intelectuales ya es insulto suficiente– que osaran decir que el señor Sandro era lo que era y no ese busto gardeliano que han inventado esta semana. Que son elitistas, retorcidos, insensibles al sentir de lagente, dicen: populismo en todo su esplendor.

–Tá bien, pero ¿por qué se tira contra el pobre Sandro? ¿Qué le molesta de él?

–Nada, a mí nada, ¿y a usted?

El señor Sandro me parecía un tipo simpático y decente, querible, respetable, todo bien; lo curioso es que lo hayamos convertido en lo que nunca fue. Sandro era un señor que la pegó con unas cuantas canciones hace cuarenta años y que, desde entonces, las repetía para un público acotado de señoras cada vez mayores. Y había sido, también, el protagonista de algunas de las peores películas del peor cine argentino. Los que ahora se llenan la boca con su leyenda su mito su poesía su arte nunca lo escuchaban en su walkman o ipod o portátil ni iban a verlo a un recital; alguno, si acaso, habrá pensado en divertirse un rato con un espectáculo francamente kitsch –y después, seguramente, le dio fiaca y se quedó mirando Los Soprano.

Yo creo que la apoteosis del señor Sandro es un episodio más de la plebeyización del gusto que empezó con el menemismo, cuando los ricos argentinos y sus repetidoras habituales consiguieron por fin deshacerse del deber ser que decía que tenían que alabar la “alta cultura” y se entregaron sin tapujos a la cumbia y el fútbol –Macri, valor y referente– y legitimaron esos gustos: los convirtieron en valores. Un gran momento; frente a eso, la pretensión de producir estéticas distintas pasó a ser –considerado– elitista o antipopular o simplemente estéril, el intento de formular un juicio estético pasó a ser –condenado por– intelectualoso o pretencioso o vanidoso o algún otro oso más o menos hormiguero. Y la popularidad –también llamada mercado– se convirtió en el gran baremo.

Por eso, entre otras cosas, es posible convertir a Sandro en gran artista, mito. Por eso, y porque la muerte cambia todo, calla todo, transforma cualquier voz en loa. En la Argentina actual la muerte es el gran criterio de legitimidad, de atención, de importancia. Y, entre otras cosas, mata cualquier posibilidad de análisis y la reemplaza por la hagiografía.

A este paso, un día se va a morir Kirchner y va a ser el varón probo austero que salvó a la Argentina del abismo, Narváez y va a ser el sacrificado Gautama que olvidó su fortuna por el amor del pueblo, Carrió la pitia ahumada en Delfos, Cobos aquel iluminado que en un momento decisivo vio la luz y dijo voto caca, y así. Lo sabemos, aunque todavía no está confirmado el rumor de que hay un consultor guatemalteco que anda proponiendo a los candidatos para las próximas elecciones que se mueran un mes antes del comicio –para asegurarse la victoria pírrica. Quizá no sea verdad, pero podría. Para nuestros líderes, para todos nosotros argentinos es una suerte la desgracia de saber que al fin y al cabo nos morimos: una luz de esperanza. Después de haber sido denostados –en general, muy justamente denostados– durante todas nuestras vidas, siempre nos queda ese momento en que, ya muertos, vamos a ser espléndidos. Allá vamos, henchidos de esperanza, rumbo a nuestra leyenda, a nuestro mito pequeñito. Porque como ya sabe –por experiencia propia– Sandro, el mejor argentino es el argentino muerto. O, dicho por Él con esa verba incomparable: “Serán los días más felices/ que puedas tú vivir/ con luz de mil matices/ y todo es para tí.”

image (1999)

jueves, 7 de enero de 2010

Nunca se le subió el estrellato a la cabeza

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Nunca se le subió el estrellato a la cabeza

Javier Martínez (Músico)

Estoy anonadado y todo esto es una gran pena porque era un gran amigo. Nos conocimos en La Cueva, cuando él se transformó en el alma mater del lugar, que dejó de ser un club de jazz llamado La Cueva de Pasarotus y pasó a ser La Cueva de Sandro. Era su época rockera, con Sandro y Los de Fuego. El contacto inicial lo tuvo Pajarito Zaguri, que lo conocia de las salas de ensayo en Callao 11, y en La Cueva estábamos Miguelito Abuelo, Pipo Lernoud y Moris. Nosotros éramos apenas profesionales y él ya actuaba en televisión y se vestía con ropa de cuero y bailaba. De toda la barra, Sandro era el único que estaba en la fama, pero no le teníamos envidia, sino que lo admirábamos, y nos enseñó los secretos de la profesión. Estar al lado de él fue toda una escuela, porque nunca se le subió el estrellato a la cabeza. Era un rockero de primera y aprendimos mucho con él, no sólo del rock and roll sino de la vida, con máximas como “Que hablen, mal o bien, pero que hablen”, o “Cuando subo al escenario soy Sandro y cuando bajo soy Roberto Sánchez”.

Yo conocí la humildad del tipo, su simpleza y falta de ego. Con el tiempo nos hicimos muy amigos, de verdad, y compartimos años de bohemia en los bares del Bajo, en los centros nocturnos de la calle 25 de Mayo casi Reconquista, ahí por la parte baja de la City. Sandro aparecía en La Cueva con un auto sport descapotable y a veces me decía: “¡Vamos a los boliches!”. Yo era cero cholulo y muy discreto.

Sandro iba a La Cueva todas las noches. Caía bien tarde y se ponía a cantar algún tema de Little Richard, Elvis o Jerry Lee Lewis con la banda que estaba ahí o con su propio grupo, con Adalberto Cevasco, Hebert Orland, Bernardo Baraj y Fernando Bermúdez, de quien me hice amigo y a veces me pedía que lo cubriera si tenía una salida. Entonces Sandro me reconoció como baterista, un día nos pusimos a hacer “All Shook Up” y le gustó tanto que me llevó a la CBS para grabar. ¡Y para mí fue toda una aventura porque ni había entrado en El Grupo de Gastón y ni soñaba con hacer Manal! Conocí el estudio de la calle Paraguay, con Héctor Techeiro como productor. ¡Así que en realidad mi debut discográfico fue haciendo coros con Sandro!

Me gusta hablar de la parte humana, porque la parte artística ya se conoce. A lo sumo, hubo seudocríticos e historiadores que en un momento se olvidaron del lugar de pionero que tuvo en el rock nuestro. Sandro fue el primero de todos. Después vinieron los demás: Los Pick Ups y Los Tamis, todos con el repertorio de Elvis en castellano, pero él lo hizo primero y recontra bien. Tenía toda esa data muy clara y armó unas bandas que sonaban fenómeno. Y en su casa, con amigos, tocaba el piano como Little Richard, perfecto. Y era un muy buen guitarrista rítmico.
Recuerdo que una vez tuvimos un show en el Rowing Club de Tigre, fuimos a pedirle una guitarra, nos prestó todos los equipos y Moris tocó con esa viola. También nos dio la data precisa para comprar la primera Telecaster de Manal, cuando Pipo cobró los derechos de autor de “Ayer nomás”, que era el lado B de “La balsa”. Siempre nos ayudó a todos y nos aconsejó a todos.

“Atmósfera Pesada” del disco “Quiero llenarme de ti” (1968

martes, 5 de enero de 2010

Mi “peak experience”

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Entre las cosas buenas de tener hermanos mayores está el haber tenido acceso a cosas que, sólo, me hubiera llevado mucho tiempo alcanzar.

Sandro fue en mi niñez, y casi en tiempo real, un impacto único. Crecí con los tapas de los discos de Sandro en la pared como se si tratase de las fotos de la evolución humana. Todos aquellos discos de los ‘60, cuando todavía no alcazaba los 10 años, fueron un culto. Pero en el comienzo hay una iniciación, una “experiencia pico”. Única.

Primero debo incluir un texto que dimensione de lo que hablo:

"Experiencias Pico"

Existen experiencias particulares que pueden conducir al ser humano a otro estado de consciencia, mucho más significativo que el actual estado de estar despiertos. Estas fueron llamadas "experiencias pico" por Abraham Maslow. Para poder definir el contenido de estas experiencias, todas las grandes tradiciones han elaborado sus términos específicos: El Zen habla del satori, El Taoísmo sobre hsù ("estado de vacío"), El Sufismo sobre fana’ ("extinción del ego"), el Budismo sobre nirvana, el Cristianismo sobre el "reino de los cielos".

Una experiencia pico tiene algunas de las siguientes características:

Una emoción profunda y muy fuerte semejante al éxtasis.
Una profunda sensación de paz o tranquilidad.
La sensación de estar a tono, en armonía o ser uno con el universo.
Una sensación de profundo conocimiento o profundo entendimiento.
La sensación de que es una experiencia muy especial que sería difícil o imposible describirla adecuadamente con palabras.
Las experiencias pico son definidas como las mejores, más importantes y significativas experiencias de la vida de uno y son similares en varios aspectos a las experiencias místicas y espirituales.

Las investigaciones han detectado que las personas tienden a no discutir las experiencias picos con los demás. Ellos no tienen las palabras adecuadas para describirlas y sienten miedo que las personas subestimen la experiencia o los crean locos. La Psicología Transpersonal alienta la inclusión de las experiencias pico como una ventana importante de salud mental y completo funcionamiento como seres humanos.

Los hechos. Sería 1965 o 1966, tendría 5 o 6 años. Supongo que Sandro y Los de Fuego habrían grabado ya su primer disco y habían hecho su aparición por TV. Una noche se realizaba en Juncal una de esas grandes fiestas que supongo habría organizado la cooperadora escolar o el club. Eran grandes fiestas y siempre había alguna orquesta para animar el baile. Esta se hizo en los galpones del ferrocarril. Eran galpones de cereales que se limpiaban y despejaban para la ocasión. Pasada la cena, me recuerdo (o supongo) corriendo entre las mesas. Hasta que algo pasó.

Esa noche tocaba Sandro y Los de Fuego. Sólo me recuerdo parado y tieso, desde bajo del escenario (seguramente improvisado en un acoplado) viendo a los extraterrestres bajar. La bola de electricidad, sonido y locura me dejó ciego, sordo y mudo. Guitaras eléctricas como nunca se me hubiera ocurrido, Sandro aullando y revolcándose por el piso como un poseído por el demonio… la película vira al blanco y no recuerdo más nada. Supongo que caí dormido en los brazos de mi mamá. Pero para mí que fui capturado por el rock’n’roll!

De esa noche, mi hermano mayor conservaba la corbata de Sandro, que se la había pedido a la salida. Esa corbata estuvo en nuestro ropero por mucho tiempo y era el testimonio que eso realmente había ocurrido.

Luego me enteré que esa noche, la “vieja guardia” local (tangueros y conservadores) le llenaron de barro, pasto y puteadas a la camioneta con la que la troupe de fuego saldría luego hacia otra fiesta en otro pueblo.

En 1996 vi (por esas cosas de la vida) a Marilyn Manson, me resultó un pobre infeliz comparado al Sandro que vi en Juncal a los 6 años.

Cali

Sandro y Los de Fuego (1965) "Hay mucha agitación" (Whole lotta shakin' goin' on) de Jerry Lee Lewis

Este cover fue grabado por Sandro y los de Fuego en dos oportunidades. La primera en febrero de 1964 para la edición de un disco simple, y luego esta versión de 1965 para el 1°L.P. del grupo.

domingo, 3 de enero de 2010

Areco: mucha agua y mucha sanata

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La inundación de San Antonio de Areco tiene para mi varias aristas. Hay dos que quiero destacar:

La primera: lo perdido.

Por supuesto que lo que se inundó es bastante más que San Antonio de Areco. Esa ciudad ha sido la zona urbana más afectada, pero no se puede ignorar varios muertos por la crecida de diferentes arroyos en la zona y un mar de agua que inundó campos y rutas del norte bonaerense. Ahora, al daño y las pérdidas que toda inundación provoca, hay que sumar una variable que tiene particular valor en San Antonio de Areco, las pérdidas del mucho del valor cultural, histórico y turístico que esa ciudad posee.

Destaco este aspecto ya que me resulta especialmente valioso porque San Antonio de Areco supo respetar y valorar su propio pasado. Conozco bastante bien las ciudades y pueblos de la “Pampa Húmeda” argentina. Pueblos chatos, despersonalizados, carentes de perfiles propios y que, independientemente de su potencial económico o de épocas de vacas gordas o flacas, no han encontrado el modo de adquirir un acento o color propio. San Antonio de Areco logró hacerlo. areco8

Si bien esa localidad tiene un pasado particularmente importante, aún así, hubo allí un especial cuidado y esfuerzo para proteger sus construcciones tradicionales, sus estancias, pulperías, almacenes, etc. evitando que caigan en la desgracia de la “arquitectura” monótona que domina los pueblos de la región. Mucho del pasado que se ha rescatado en Areco también existe o existió en otras localidades, pero fue destruido o tapado por el revoque irrespetuoso que uniforma todo.

Existe una fuerza, una pulsión por tapar con cemento todo rastro de lo “rural” en esas pequeñas ciudades en el medio de un mar de campo (de soja, hoy). Se borran así las huellas y los rastros que hacen único a un sitio. Siempre me impactó esa obsesión por escapar de lo rural en esas localidades eminentemente rurales, y así se transforman pueblos y ciudades en un híbrido deslucido. A su modo, San Antonio de Areco buscó un modo de crecer sin destruirse a sí misma. Por eso me ha dado mucha pena saber que se hayan perdido sitios y objetos de valor que hacen a Areco un lugar grato para visitar. Ojalá puede recuperarse. Se salvó de una “urbanización” que nivela para abajo. Ahora no se salvó de… ¿la naturaleza o el hombre?

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La segunda: la estupidez

Nunca es fácil decir con exactitud por qué un fenómeno natural alcanza una determinada magnitud y que intervenciones humanas lo acentúan o amplifican su poder destructivo. Pero no se puede revolear cualquier argumentación. Menos lo deben hacer quienes tienen que ejecutar políticas de prevención, control y mitigación de estos eventos.

Por la complejidad de la situación, es un síntoma de estupidez querer reducir el desarrollo de un evento así a un único factor. Obviamente me refiero a la estúpida reacción del gobierno nacional y provincial de acusar a los “canales clandestinos” por la inundación de Areco. Una acusación oportunista (cuando la gente estaba con el agua al cuello) para avivar el sainete que el gobierno sostiene con el “campo”. Una irresponsabilidad y desubicación única.

Más allá que no era ese el momento para salir con acusaciones, ya que se necesitaba otra actitud de las autoridades. La investigación y las acusaciones serias tienen otros tiempos. Pero De Vido y Scioli fueron para acusar ya que la política para esta gente es eso, una batalla que se libra a toda hora y en todo terreno (aunque estén inundados).

Veamos algunos datos.

Quien haya visto la situación de los campos y ríos de la región por esos días se habrá dado cuanta que todo estaba inundado y que una lluvia más lo complicabaimage todo. Llovió y lo complicó todo. Llovió en tres días unos 310 mm en esa zona. Se estima que en los dos últimos meses del 2009 llovió lo mismo que en todo el 2008. Estamos hablando de una descarga de agua monumental. Los famosos “canales” que hacen los chacareros para escurrir el agua de sus campos ocasiona que ante una precipitación fuerte el agua escurra más rápido hacia los arroyos y ríos. Pero en una situación en la que todo está bajo el agua, con los suelos saturados y todos los canales y arroyos a pleno, el impacto de los ”canales ilegales” pasan a ser completamente irrelevante. Es decir, los “canales” son una variable a tener en cuenta, pero dada la magnitud de las demás variables, obliga a tener cierto criterio para manejar las proporciones de unas y otras. Algunos datos sobre las precipitaciones en la zona aquí.

Para complicar el cuadro, todos los arroyos y ríos del norte bonaerense desembocan en el Paraná. El Paraná está en una importante crecida lo que dificulta también el desagote de los cauces interiores de la provincia. Es decir, la “naturaleza” tuvo mucho que ver y en una proporción muy importante respecto de las demás variables.

Tampoco es un fenómeno completamente azaroso. Se sabe que hemos comenzado a transitar un período signado por el fenómeno climático El Niño, que en esa región implica lluvias más intensas que lo usual. Este dato lo manejan todos los agricultores, los meteorólogos y, supongo, las autoridades. Acá es donde comienza a ser grave la falta de alertas tempranas y previsión. Acá comienza a intervenir la mano del hombre o, mejor dicho, la falta de intervención humana.

areco10Por supuesto que los famosos “canales” no pueden estar fuera de control, las obras hídricas deben hacerse adecuadamente, etc. Pero no se puede ignorar el cuadro general en aras de sacar de la galera argumentos pirotécnicos para alimentar la guerra con el sector rural. No es ese el rol del ministro De Vido. El Ministerio de Planificación Federal, Inversión Pública y Servicios debería saber qué está sucediendo con las lluvias en el presente ciclo húmedo y además, debería tomar en cuenta que esa región del país, producto del cambio climático, presenta una clara tendencia a mayores precipitaciones anuales y una mayor frecuencia de tormentas con fuertes precipitaciones. Ambos procesos obligan a prestar atención, además de las variables ya mencionadas, a la posible necesidad de redimensionar las obras viales de la región, ya que todos sus puentes y obras hídricas fueron construidos para caudales históricos que hoy tienden a ser superiores. Si queremos evitar que las rutas se conviertan en diques, como ocurrió con la 9 en esta oportunidad, probablemente haya que agrandar los puentes.

En el revoleo oportunista alrededor de las inundaciones quiero citar esta joya del “todo tiene que ver con todo” y sanata K.

Inundaciones en San Antonio de Areco (28/12/09)

El drama de San Antonio de Areco ya no puede juzgarse en base a algún designio maligno de lluvia, tal como en tiempos pasados las poblaciones entendían estos fenómenos. Muchas manos humanas, mucho olvido, inconciencia y desamparo han intervenido para que cualquiera de nosotros pueda convertirse en un perfecto gurú de las catástrofes naturales.

En la producción de siembra de soja radica una de las principales problemáticas, junto a la contaminación minera que amenaza y cumple con dejarnos sin agua limpia y sin vida. La soja transgénica es el poroto de oro de los rentistas dueños de campos, muchos de ellos enrolados en la Mesa de Enlace.

Los grandes medios de comunicación no consideran que la contaminación, es desbalance natural, la intoxicación por fumigaciones, los negociados con los transgénicos y las multinacionales, la quema y la tala indiscriminada de bosques deban ser hechos noticiosos.

Sin embargo las redes de hechos y pruebas conducen nuevamente a los mismos responsables. Aquellos que en su ciega ambición y desmedida ostentación olvidan que en la tierra y en el agua anidan nuestras reservas de vida.
Ante estos hechos, lo primero que suele hacerse es culpar al Estado. Sin embargo, la lógica natural con que se mueve este sector es el pedido de no intervención del Estado en cuestiones fundamentales de regulación.

La inundación que sumerge a Areco da cuenta de la presencia de canales clandestinos que protegen las siembras de soja de las inundaciones y habrían provocado que los afluentes no siguieran el curso debido.

Juventud Carta Abierta