No quiere reiterarme demasiado. Martín Caparrós es de los pocos intelectuales, si aceptamos llamarlo así, que es capaz de ir derechito al corazón de las taras argentinas y no esquivarle a las consecuencias. Este es un artículo que continúa al titulado ¿peronismo?
Cali
¿Menemismo?
Por Martín Caparrós
22.08.2008
Crítica
La semana pasada escribí aquí que el peronismo no existe porque decir peronismo puede definir propuestas políticas tan diversas que no define ninguna. Y que deberíamos dejar de hacerles el favor de llamarlos por ese nombre que usan para hacernos creer que tienen una identidad común y definida. En la semana me mandaron cientos de mensajes: ayer me pasé un buen rato –un rato largo– leyéndolos. Por una vez, había muchos que no opinaban sobre el estado de mis genitales o de mi cerebelo; el ¿peronismo? tiene, todavía, el poder de ponernos a pensar –o, por lo menos, a escribir.
Algunos, como el puteador clandestino Aguante John William Cooke, me reprochan que “cuestione a aquel peronismo del 46 al 55”, que hizo tal y cual. Ése fue su primer truco: el peronismo aprendió rápido a vivir de la renta de esos años originales porque estuvo, después, mucho tiempo proscripto. “Quizá no fuimos buenos, pero los que vinieron después nos hicieron mejores”, solía decir el general Perón para definir esa avivada. Pero ahora, cuando llevan 20 años de gobierno nacional casi continuo –y más en muchas provincias–, ya no tienen derecho a remitirse a esa edad de oro, ese pasado supuestamente glorioso que los legitima: prescribió. O si no, de la misma manera, deberíamos seguir pensando que el ejército argentino actual es el sargento Cabral en San Lorenzo.
Otros mandan propuestas. Cesáreo dice que “podríamos crear una palabra que signifique la negación del peronismo”. Lo curioso es que esa palabra es peronismo: otro de sus trucos. Si algo les permitió sobrevivir todos estos años fue –además de la acumulación salvaje de poder– ese mecanismo que consiste en convencernos de que el verdadero peronismo siempre es otro: nunca el que gobierna. Yo lo llamo el Efecto Ave Félix: desde los años setenta, por lo menos, el peronismo lo aplica con gran fenicidad para renacer de sus celizas. Funciona así: cada vez que un peronismo triunfa hace, desde el poder, cosas muy distintas de las que prometía desde el llano. Entonces aparece, en el llano, un nuevo peronismo que promete hacer cosas muy distintas y se presenta como el verdadero peronismo. Hasta que llega al poder y empieza a hacer cosas muy distintas de las que prometía desde el llano. Entonces aparece, en el llano, un nuevo peronismo que promete hacer cosas muy distintas y se presenta como el verdadero peronismo. Hasta que llega al poder y empieza a hacer cosas muy distintas de las que prometía desde el llano. Entonces aparece, en el llano, un nuevo peronismo que. El resultado es extraordinario: siempre hay un peronismo dispuesto a reemplazar al gobernante, que –te explican– se maleó. Siempre hay un peronismo dispuesto a ejercer el poder que el gobernante gastó. Siempre hay un peronismo dispuesto a enfrentarse con el gobernante –para que la silla de opositor no quede libre. Pregúntenle, si no, en estos días, a Duhalde o a Rodríguez, que acusan a los K de no ser verdaderos peronistas.
La discusión siguió. Algunos, como Leonardo Martínez Verdier –por fin un nombre–, dicen que algo sí define al peronismo a través de los tiempos: “El leitmotiv del peronismo es la justicia social, de la que deviene su denominación ‘justicialismo’”. La justicia social es plastilina. La idea de justicia –social y no social– varía con los momentos y las circunstancias. ¿Qué quiere decir justicia social? ¿Que los trabajadores se lleven la mitad del PBI y los patrones la otra mitad, cuando los trabajadores son diez millones y los patrones diez mil? ¿Que todos tengamos derecho a no morirnos de enfermedades tratables? ¿Que no haya explotadores ni explotados? ¿Que los pobres se jubilen y puedan seguir siendo pobres pero jubilados? ¿Que no haya propiedad privada porque la propiedad es el robo? ¿Que un gobierno fuerte nos proteja de los temibles delincuentes? ¿Que no haya gobierno porque todo gobierno es corrupción? ¿Que les den 150 pesos a los que no comen? Depende: la justicia es una convención ideológica. Lo que para algunos –tiempos, países, personas– es justo, para otros no. La justicia social es otra agachada peronista: decir algo que no dice nada, que se puede variar a voluntad. Igual que peronismo.
Muchos mensajes insisten en que si el ¿peronismo? sobrevive es porque los otros se lo permiten, y no puedo estar más de acuerdo: el éxito del ¿peronismo? –la supervivencia del engendro mutante autodenominado– es función del fracaso de los otros. El ¿peronismo? no subsiste por su propia fuerza, sino por la debilidad de los demás. Sobrevive porque ningún otro movimiento fue capaz de producir un proyecto atractivo para la mayoría de los argentinos –y sobre todo los más pobres. El ¿peronismo? es la medida de nuestra impotencia. Y no necesita definirse para subsistir porque no tiene enemigos que lo fuercen a eso. Sin definición, ahonda su condición de cuerpo amorfo donde todo cabe. De ahí uno de sus daños colaterales más curiosos: en el ¿peronismo?, como no hay políticas ni programas, como no se sienten unidos por un proyecto de país, no hay lealtades seguras fuera del parentesco. Es la Política de la Sangre: en cuanto tenga un rato voy a hacer la cuenta de cuántos senadores, por ejemplo, son hermanos esposas sobrinos de caudillos provinciales –y me va a dar asquito. Cuando no hay más razones para confiar en otro, la sangre es la única que queda. No hay ninguna razón más primitiva –y las mafias lo saben desde siempre.
Cesáreo decía que buscáramos una palabra para definir este ¿peronismo? que no define nada, y Ricky dice que no sabe si “el peronismo existe aún, pero sí el menemismo o neomenemismo; el menemismo nació el 8 de julio de 1989, ya tiene 19 años, es mayor de edad”. Y que habla del menemismo “como práctica político-social-económica que ya se instaló no sólo en la clase gobernante, sino también empezó a derramar hacia importantes sectores de la sociedad”. La hipótesis merece examinarse: que el viejo peronismo, que mantenía ciertas constantes a través del tiempo, fue sepultado por Carlos Menem y que, desde entonces, lo que llamamos ¿peronismo? son variaciones de esa forma de hacer política que impuso el riojano: que Menem lo hizo. Que entre el gobierno de Menem y el de Kirchner hay más semejanzas que diferencias –y, en cambio, grandes diferencias entre ellos y el peronismo histórico. Que quizá el nombre verdadero del ¿peronismo? de estos tiempos sea menemismo –en su variante actual. Para discutirlo, habría que pensar en qué se asemejan y en qué se diferencian la versión 90 y la versión 00 del menemismo en el poder.
Les propongo ese debate –y la seguimos.
No hay comentarios:
Publicar un comentario