sábado, 31 de julio de 2010

Mucho twitter, poco 14 bis

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En buena medida el manejo que tenemos de nuestros residuos habla bastante de nosotros. El nivel de responsabilidad que tenemos con los residuos que generamos sirve bastante bien para identificar qué nivel de compromiso tenemos con nuestros vecinos y con el sitio, que se supone, le dejamos a los que vienen atrás.

No hace falta profundizar demasiado para ver que nuestro sistema más popular de “gestión” de los residuos domiciliarios consiste en tirarlos lejos, lejos de la vista de los barrios mejor acomodados o céntricos. Tirarlos al patio trasero.

Inexorablemente, esos basurales terminan rodeando a las ciudades. En aquellos sitios donde esta práctica gana algún nivel de sofisticación, optamos por enterrarlos. Por supuesto, basurales y rellenos, son una plaga en los alrededores de toda gran ciudad. Problemas ambientales, sanitarios y sociales crecen alrededor de esas montañas de basura, magníficas obras maestras de la imprevisión, la irracionalidad y la total ausencia de solidaridad para con nuestros vecinos.

Cuando parece que ya no da para más la cosa, ya sea porque no hay terrenos adónde meter la basura, o no hay vecinos, por más pobre que sea, que se la quiera bancar, entonces aparecen los que venden incineradores. Un paso más en la demencial lógica de querer “deshacernos” de la basura.

En la ciudad de Buenos Aires, hace ya algunos años (2005), producto de la crítica situación que se enfrentaba la ciudad en materia de gestión de residuos urbanos, se adoptó (por ley) el criterio de maximizar la recuperación y reciclado, y a obligar a que las conductas, los negocios y la tecnología debían marchar hacia un mismo destino, la reducción de residuos que se entierran. Ese programa, al igual que en muchas partes del mundo, se llamó “Basura Cero”. No hay basura en la naturaleza, hay materiales y elementos que circulan por infinitos ciclos. De más está decir que si intentamos que nuestra economía funcione acorde a la naturaleza nos puede ir mejor. Si queremos terminar con la locura de la minería y su devastador avance debemos pensar qué hacemos en el otro extremo de la cadena con todo lo que sacamos de la montaña. Lo mismo con lo que sacamos del bosque, de la tierra o de donde sea.

                                     

Ahora bien, adoptado el plan de “Basura Cero” en Buenos Aires, por supuesto, como era de esperarse, nunca se hizo nada. O casi nada, para exceptuar los pocos esfuerzos de algunos.

Por supuesto, “cacareo” siempre hay, pero es muy poco lo hecho. En estos días, la ciudad está diseñando los pliegos para licitar los nuevos contratos de recolección de los residuos para los próximos años. Son momentos en los que hay que poner, como señalaba antes, a los negocios y a las conductas en la misma dirección, hacia el objetivo de “Basura Cero”.

Pero aquí aparece un aspecto que también habla mucho de nuestra sociedad. Si la gestión de la basura habla de nosotros, nuestras relaciones laborales hablan todavía más.

Desde siempre (lamentable expresión) existieron “cirujas”, “botelleros”, “cartoneros”, etc. personas que tenían como modo de supervivencia la recolección de algunos materiales de deshecho con un valor de venta que les permitía obtener un ingreso, ínfimo, pero un ingreso al fin. Esos oficios, productos de la pobreza extrema, eran también demostrativos del valor económico de muchas de las cosas que se tira alegremente a la “basura”.

“El botellero” (grab. 7/6/71), José Larralde, de “Milonga de tiro largo”

Ese medio de supervivencia, el cirujeo, cobró particular intensidad luego de la crisis del 2001/2002. Es en ese momento cuando irrumpe, en una magnitud nunca vista antes, el fenómeno de los cartoneros por las calles de Buenos Aires. Nunca antes se había visto tanta cantidad de gente volcándose a esa actividad para sobrevivir. Sin duda que una serie de factores reforzaron el fenómeno, por supuesto, la pobreza y la caída a pique del empleo en esos años y, también, la mayor generación de basura con valor económico, entre otros.

Esa situación, sumada a la crisis de los rellenos en el conurbano, permitió que se viese absolutamente apropiado y oportuno la adopción de un programa como “Basura Cero”. Lo que se hacía visible con el fenómeno de los recuperadores era, por un lado, el enorme valor económico existente en la basura y, por el otro, que el aprovechamiento de ese valor implicaba avanzar en un camino que requiere mucha mano de obra. Más mano de obra que la que se necesita para simplemente juntar la basura y tirarla en un relleno.

Hasta acá, impecable. Pero hay algo que se perdió en el camino.

Resulta que en torno a la basura comenzó a gestarse una idea y una visión bajo la cual el reciclado de los residuos es para “que lo hagan los pobres”. Por supuesto que eso que acabo de decir se disfraza de los modos más elegantes, bajo ciertas conceptos sociales que pretenden dignificar el trabajo del “cartonero”, pero una dignificación tal que no pasa de las palabras ya que no le cambian sustancialmente su situación laboral y social. Según tales “sociólogos” de la post-crisis, los recuperadores informales deberán seguir siéndolo. Adoptados casi como piezas de la antropología urbana.

Tal maniobra, hoy está siendo ejecutada por el Gobierno de la Ciudad. ¿Cómo es esto? Bueno, la ciudad debe realizar su esfuerzo por reciclar, tal como se lo exige la ley y buena parte de la sociedad, pero… “pero que no nos salga un mango, que lo hagan los cartoneros!!”.

Es decir, la Ciudad comienza a desarrollar su obligación de prestar un servicio, en este caso, la recolección diferenciada y el reciclado de residuos, pero lo hace a través de mano de obra informal, con trabaja a destajo y a suerte de quien la realiza. Lo repito, en vez de contratar formalmente a una empresa para hacerlo, o bien hacerlo a través de una empresa pública, lo hace a través de cooperativas que reciben un mínimo apoyo pero que ni por asomo es el pago por el servicio que prestan. Repito, el Gobierno de la Ciudad comienza a prestar un servicio público (que está obligada a prestar) en base a trabajadores informales, en condiciones que no se repiten con los trabajadores que realizan cualquier otro servicio público e la ciudad. 

Claro, esto tiene varias ventajas. Por un lado, el vecino/contribuyente, no tiene que pagar más por sus impuestos (cosa que sí ocurriría si la ciudad se hiciera cargo de cumplir con su obligación), la ciudad “recicla”, o así aparentará hacer, y los “recuperadores” obtienen una mejora mínima en sus condiciones de trabajo. Bárbaro, pero todo esto, ¿no es abusar demasiado de la necesidad?

Para ejemplificar el compromiso de la Ciudad con este sistema, y lo que representan económicamente ambos sistemas, vale señalar que el sistema de recolección de residuos con alto potencial de ser reciclados y vueltos al circuito económico, le saldrá a la Ciudad uno 120 millones de pesos anuales (a cambio de su trabajo, el Gobierno les paga a los recuperadores un pequeño incentivo, cobertura social y la provisión de camiones y otras cuestiones logísticas). Para poner las cosas en perspectivas, el sistema que el Gobierno de la Ciudad contratará para recolectar la basura que tendrá como destino los rellenos se estima en alrededor de 1.400 millones de pesos. La escala de la diferencia nos da una idea de lo barato que es la explotación de la pobreza. Esto ocurre en la capital de la República Argentina.

Vamos a las cosas básicas. La gestión de la basura, tradicionalmente a cargo de empresas, públicas o privadas, que cobraban su servicio para recolectar los residuos y limpiar la ciudad, lo hacían a través de trabajadores asalariados. Cuando digo trabajadores quiero decir trabajadores formales, con sus salarios, obra social, con sus sindicatos y todas esas cosas que hacen a los derechos laborales, ¿se acuerdan?. Esos derechos que se lograron durante el siglo pasado, por los que se escribieron libros y leyes, hubo movimientos sociales que lucharon por obtenerlos, hubo huelgas, masacres, mártires y héroes. Bien. Todo eso.

Resulta que, en plena política 2.0 y de ministros que derraman su sabiduría por medio de twitter, el gobierno de la ciudad está estructurando la recolección y gestión de la basura a través de dos sistemas. Uno, basado en el modelo tradicional, con empresas y personal contratado, esto es para la gestión de los residuos que tienen como destino el relleno. El otro sistema, para los residuos que deberían tener como destino el reciclado y la recuperación, para hacer eso, se utilizará a los “recuperadores”, trabajadores que no entrar en la categoría de asalariados, sino una especie de cuentapropistas, que prestarán un servicio que la Ciudad debe prestar y por la que ni el Gobierno de la Ciudad pagará, ni los vecinos, sino que se realiza por medio de mano de obra informal.

Es decir, que lejos de integrar a los “recuperadores” al trabajo formal y generar empleos, lo que hace la Ciudad es comenzar a prestar un servicio con trabajadores informales, es decir, sin pagar los sueldos que corresponde.

Es perfectamente comprensible que para muchos cartoneros esto signifique una pequeña mejora respecto de sus condiciones originales, pero mejora al fin, en sus condiciones de trabajo. Pero eso no cambia la situación.

Pero lo que más me intriga de esta situación es que desde los partidos políticos que se dicen “obreros”, “de  trabajadores”,  “clasistas”, “combativos”, “radicales”, “justicialistas” y todos los que siguen, nadie, nadie diga nada. Nadie diga que esto debe ser distinto. Que el reciclado, si es materia legal y si es materia de interés social, no pude ser que deba ser realizado de manera semi-informal, sin que la sociedad pague lo que cuesta y el beneficio que significa. No puede ser que el reciclado sea un oficio de segunda categoría, que el estado paga en condiciones reñidas con los derechos básicos.

¿En tiempos de política 2.0, será que el 14 bis no entra en los 140 caracteres del twitter?

 Art. 14 bis.- El trabajo en sus diversas formas gozará de la protección de las leyes, las que asegurarán al trabajador: condiciones dignas y equitativas de labor; jornada limitada; descanso y vacaciones pagados; retribución justa; salario mínimo vital móvil; igual remuneración por igual tarea; participación en las ganancias de las empresas, con control de la producción y colaboración en la dirección; protección contra el despido arbitrario; estabilidad del empleado público; organización sindical libre y democrática, reconocida por la simple inscripción en un registro especial.
Queda garantizado a los gremios: concertar convenios colectivos de trabajo; recurrir a la conciliación y al arbitraje; el derecho de huelga. Los representantes gremiales gozarán de las garantías necesarias para el cumplimiento de su gestión sindical y las relacionadas con la estabilidad de su empleo.
El Estado otorgará los beneficios de la seguridad social, que tendrá carácter de integral e irrenunciable. En especial, la ley establecerá: el seguro social obligatorio, que estará a cargo de entidades nacionales o provinciales con autonomía financiera y económica, administradas por los interesados con participación del Estado, sin que pueda existir superposición de aportes; jubilaciones y pensiones móviles; la protección integral de la familia; la defensa del bien de familia; la compensación económica familiar y el acceso a una vivienda digna.

(Constitución de la Nación Argentina)

“Che Ciruja”, Roque Narvaja (2010), nueva versión del tema de Pedro y Pablo (1970)

1 comentario:

  1. Y hay quienes se rasgan las vestiduras y de hacen los Che Guevara defendiendo esto, son una vergüenza. Bergoglio, personaje que no me agrada en absoluto, dijo algo cierto semanas atrás cuando hablaba de trata de personas, incluía a los pobres que les hacen juntar la basura. Bueno, alguien lo vio.

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