domingo, 6 de diciembre de 2009

Dale Gracias

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Ahora que todos hemos dormido un poco y digerido lo que vivimos el viernes a la noche (madrugada del sábado) como era de esperar comienzan a aparecer las crónicas de lo que fue eso. Esta es de Sergio Marchi, cronista en directo de mucho del rock nacional.

Algunos equivocadamente pueden creer que fue un show nostálgico. Todo era presente, firme y eterno, no pasado. Además, una enorme expresión de gracias a quienes fueron protagonistas de una obra enorme, al fin y al cabo, “es inútil que pretendes brillar con tu historia personal”.

Dale Gracias”, Spineta Jade (1981). Beto Satragni: bajo; Diego Rapoport: teclados; Héctor "Pomo" Lorenzo: batería; Juan Del Barrio: teclados;Luis Alberto Spinetta: guitarra y voz

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Desde la tribuna

Festival Dale Gracias

Sergio Marchi. diario Crítica, 06.12.2009

Lo de Spinetta en Vélez más que un recital fue un festival, en el sentido más amplio del término. Festival Dale Gracias, pudo haberse llamado. Porque Luis Alberto Spinetta concibió esta maratón de música más que como una reunión de grupos viejos, como un modo de poder articular en la historia (en la propia, en la del rock) a un montón de nombres desperdigados. Algunos de esos nombres volvieron a brillar merecidamente, como Bocón Frascino, olvidado integrante de Pescado Rabioso, que hizo bramar a los 37 mil en Liniers (cifra que sorprendió a todos) con sus solos en “Me gusta ese tajo”. Otros de esos músicos tienen vuelo propio y destacado (desde Fito Páez a Ricardo Mollo, pasando por Juanse, Cerati y Charly García). Otros ya no vuelan pero no se olvidan (Pappo, Miguel Abuelo, Tanguito). Solamente un artista de la estatura humana de Spinetta puede comenzar un show con la lista de los que “no van a estar”, como para dejar constancia que todos fueron tenidos en cuenta (hasta Calamaro y el Indio Solari).

El show que la mayoría iba a ver comenzó a las 0.47, tres horas después del primer acorde, cuando Invisible volvió a la vida como aquel mágico trío que supo enloquecer las formas del rock de su tiempo. Mientras tanto, Luis Alberto arrancó con su presente que, paradójicamente, se llama “Un mañana”: de ese disco extrajo “Mi elemento” y “Tu vuelo al fin”, y fue lentamente encaminándose al pasado e invitando “genios, talentos, tremendos” al escenario. Acarició con temas de su disco “Kamikaze” (con Diego Rapoport al piano); deleitó con el rescate de “Fina ropa blanca” y “La bengala perdida” (hoy tan vigente); se dio algunos gustos con “Psicocisne” y “Era de uranio”; y definitivamente sorprendió con sus versiones de temas por él admirados. Así homenajeó a Miguel Abuelo con “Mariposas de madera”, a Litto Nebbia con “El rey lloró”, y a Pappo con “Adónde está la libertad” (cantado excelentemente por Juanse).

Francamente, Spinetta podría haber acortado las más de cinco horas de show dedicándose pura y exclusivamente a celebrar su obra, evitando invitados que no eran rigurosamente necesarios, y eliminando canciones que nadie hubiera extrañado. Pues bien: ése nunca fue Spinetta. Lo que engrandece la enorme obra del Flaco es también su dimensión humana; su “alma de diamante”, que lo lleva a dejar constancia de su agradecimiento a todos los que estuvieron con él en estos 40 años, incluyendo también a un público fiel que siempre lo quiso como es, sin afeites. A un tipo coherente con su propia consigna, “mañana es mejor”, es lógico que le haya llevado un largo rodeo llegar al ayer de Almendra, Pescado Rabioso e Invisible. A la vez, Luis sospechaba que esas reuniones eran una deuda con esa audiencia que amó con locura (y lo sigue haciendo), ese repertorio que Luis Alberto acuñó con sus primeras tres formaciones.

Bastó que Gustavo Cerati, el mejor de los discípulos spinettianos, pulsara el arpegio de “Bajan”, para que la primera gran emoción bajara como torrente de la platea. “Sueño cumplido”, agradeció Cerati, y de alguna manera representó a todos los que por cuestiones de edad no pudieron disfrutar de ese gran disco que fue Artaud en su momento. Era un sueño cumplido ver de nuevo en acción a Invisible. Era otro sueño concretado volver a experimentar esa sensación llamada Almendra. Lo que alguna gente no entiende es que no importa si estos señores hoy peinan canas: es el sentimiento genuino que despiertan canciones como “Fermín” lo que verdaderamente vale. La obra de Spinetta trasciende su tiempo, no tiene edad, ni forma definida y puede hablar de mundanidades como “Me gusta ese tajo” o de estar “Poseído por el alba”. Hay algo mágico que acontece en el sonido de esos tres grupos. Y es esa magia la que aún hoy sigue protegiendo el legado del rock, en tiempos en que el impacto de lo ordinario es feroz y está instalado como discurso casi único.

El encuentro entre Spinetta y García, Spinetta y Páez, Spinetta y Cerati, y tantos otros encuentros como los que hubo en la noche del viernes, no se trata de una vulgar demostración de poder. Es una celebración de lo que de noble tiene el alma; de sentimientos elevados, de la búsqueda de la belleza, de la iluminación, de la chispa vital que enciende la alegría cuando dos artistas entran en combustión musical. Cuando el rock vivió su tiempo de oro, eso fue lo que supo hacer. Lo que hizo Spinetta, más que celebrar su cumpleaños, los 40 de Almendra o la inmensidad de su legado artístico, fue simplemente recordarnos que esa llama no se ha apagado, aunque una multitud de necios se haya empecinado en arrojarle tierra. Fue un soplo para avivar el fuego sagrado del rock del cual Spinetta ha sido fiel custodio. De nosotros dependerá que ese fuego dé calor, pero que no incendie; de que su uso sea racional y no un elemento de destrucción. El de la obra de Luis Alberto Spinetta es un fuego que puede iluminar el rock de este tiempo, para que otros encuentren la buena senda. De recordar eso se trató la larga ceremonia del viernes en Liniers.

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