Miércoles, 20 de Febrero de 2008
Tres rayas, un círculo y un hombre quemándose las pestañas pueden cambiar el mundo. Remover conciencias. Es lo que tiene la desesperación, que aviva el ingenio. Gerald Holtom, un diseñador comprometido y que había trabajado criando cerdos, era este tipo preocupado en su estudio de Londres aquel 21 de febrero de 1958. Le habían encargado una misión: ponerle imagen a la Campaña para el Desarme Nuclear (CDN). El nunca lo vio claro. La paz, un concepto abstracto. “Rubriqué el dibujo con una línea y lo rodeé con un círculo. Era una imagen ridícula y débil”, dijo tiempo después. Era un suicidio, eso pensaba. Pero el resto del mundo no pensó lo mismo. Y tampoco lo cree ahora, millones de logos después. La paz sigue siendo la paz.
Todo esto se conmemora este año, cuando se cumple medio siglo del nacimiento de un símbolo que, pese a su potencia, no logra evitar que las guerras siguen apagando vidas. Por eso, la CDN solicita el apoyo de todo el planeta y ha creado una página web (www.happybirthdaypeace.com) en la que cualquiera puede personalizar su símbolo. Con colorines, con efectos visuales, con imágenes que nada tienen que ver con la paz: cada uno lo pinta a su manera. Desde Estados Unidos hasta Sudáfrica, el viejo emblema volvió a provocar emoción, igual que hace 50 años. Aunque quizá nunca se olvidaron de él. Porque sí, nació en la mente de Holtom, pero pronto se volvió universal. Lo hicieron suyo los hippies con sus flores, lo mostró la rockera Janis Joplin toda vez que tuvo oportunidad, se convirtió en la imagen del mítico Woodstock de 1969. Estas y otras imágenes, hasta llegar a doscientos, aparecerán en el libro Peace: 50 years of protest, que publicará la CDN a mediados de año. En él hay escenarios de todo el globo: el Muro de Berlín, la destrucción de Bosnia, los campos arrasados de Vietnam. Este logo tiene el don de la ubicuidad. Nunca nadie le preguntó de dónde vino ni adónde iba. Algunos pensaron que representaba la V de victoria o la huella de la paloma de la paz, el otro símbolo. No es así. La mayoría lo aceptó como un puñal contra la barbarie. Gracias a Holtom, que no lo patentó y dejó que lo empuñara quien quisiera hacerlo: “Un símbolo de libertad tiene que ser libre”.
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