domingo, 4 de septiembre de 2011

Clima de época

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Cuando puse la entrada “Pesimismo climático” se que sonó así, pesimista. La verdad no sé cómo debería llamarlo. No se cómo evitar ese término.

Por supuesto no hablo de un pesimismo que se materialice necesariamente en pasividad o cinismo. Hablo de un realismo sombrío, tal como están las cosas. Ese mal pronóstico indica que el margen de maniobra se reduce dramáticamente. Por supuesto siempre es posible hacer algo, siempre. Lo que sucede que ese “algo” incluye, a mi juicio, cada vez más elementos de lo que se suele denominar “adaptación”. Y “adaptación” siempre ha sido un término reaccionario, pero sucede que los “negacionistas” van ganando por goleada, no podemos disimularlo.

El superclásico climático era “mitigación” vs “adaptación”. Mitigación representa reducir emisiones por medio de acciones políticas que impliquen un cambio radical en la actividad energética y en el modo de producir y consumir bienes y servicios. El desafío de la “mitigación” es claramente revolucionario. Del otro lado, la “adaptación” es prepararse para resistir, adaptarse como se puede y quienes puedan. Es la apuesta a seguir por la misma senda y, si las cosas salen mal, “habrá que adaptarse”. Y ya sabemos quiénes pueden y tienen los medios para esa adaptación. Adaptación siempre me sonó a resignación.

Los tiempos de la mitigación se agotan. No quiere decir que no haya que hacerlo, al contrario, más que nunca,greepeace villalonga_DSC0466 pero por mucho que se haga habrá que preparase. Todas las medidas de adaptación son tremendamente reaccionarias. Incluyen preparse para un mundo como el que se describe en “Guerras climáticas: por qué mataremos (y nos matarán)”. Por varias situaciones como las que allí se describen he pasado del “optimismo bien informado” a este… ¿“pesimismo”?.  

Hoy en el suplemento Enfoques de La Nación se publica una reseña del último libro de Harald Welzer en el que se describe un poco de lo que será el mundo durante este siglo… si es que no se hacen las cosas que hay que hacer de manera urgente!.  

Cali

PS: valoren mi esfuerzo al escribir el último párrafo!

 

La Nación, Enfoques, Domingo 04 de septiembre de 2011

Libros / Anticipo

En el siglo XXI, la lucha por los recursos será definitiva

En Guerras climáticas: por qué mataremos (y nos matarán) en el siglo XXI (Katz), el sociólogo alemán Harald Welzer plantea una tesis sobre las consecuencias climáticas de la "brutalidad" con que Occidente busca saciar su hambre. En este fragmento, la guerra y colonización de Africa

Un sonido metálico a mis espaldas me hizo volver la cabeza. Seis negros avanzaban en fila, ascendiendo con esfuerzo visible el sendero. Caminaban lentamente, el gesto erguido, balanceando pequeñas canastas llenas de tierra sobre las cabezas. Aquel sonido se acompasaba con sus pasos. [?] Podía verles todas las costillas; las uniones de sus miembros eran como nudos de una cuerda. Cada uno llevaba atado al cuello un collar de hierro, y estaban atados por una cadena cuyos eslabones colgaban entre ellos, con un rítmico sonido.

Esta escena, que Joseph Conrad describe en su novela El corazón de las tinieblas , transcurre durante el florecimiento del colonialismo europeo; desde la perspectiva actual, hace más de cien años.

La despiadada brutalidad con la que los países de industrialización temprana buscaron por entonces saciar su hambre de materias primas, tierras y poder, una brutalidad que dejó su marca en los continentes, ya no puede leerse a partir de las condiciones actuales de los países occidentales. El recuerdo de la explotación, la esclavitud y el exterminio cayó víctima de una amnesia democrática, como si los estados occidentales hubiesen sido siempre como lo son ahora, a pesar de que tanto su riqueza como la superioridad de su poder se construyeron sobre la base de una historia sangrienta.

En lugar de ello, estos países se enorgullecen de haber inventado los derechos humanos, de respetarlos y defenderlos, practican la corrección política, se comprometen con las causas humanitarias cada vez que una guerra civil, una inundación o una sequía en Africa o en Asia despojan a la gente de la base de su supervivencia. Deciden realizar intervenciones militares para propagar la democracia, olvidando que la mayoría de las democracias occidentales se apoyan sobre una historia de exclusión, limpieza étnica y genocidio. Mientras que la historia asimétrica de los siglos XIX y XX se inscribió en el lujo de las condiciones en las que viven las sociedades occidentales, muchos países del Segundo y del Tercer Mundo cargan con el peso de esa historia que por entonces les dejara su legado de violencia: muchos países poscoloniales jamás llegaron a alcanzar un carácter de estados estables, y mucho menos bienestar; en muchos estados, la historia de explotación continuó bajo distinto signo, y en muchas de estas sociedades frágiles no se advierten indicios de mejoras, sino de un deterioro cada vez más profundo.

El calentamiento global, producido como consecuencia del hambre insaciable de energías fósiles en los países de industrialización temprana, afecta con máxima dureza a las regiones más pobres del planeta; una ironía amarga que se burla de cualquier expectativa de una vida justa. En la página 6 de este libro se reproduce la foto del buque correo "Eduard Bohlen", cuyos restos llevan casi cien años cubiertos por la arena del desierto de Namibia. Este buque tiene un papel pequeño en la historia de la gran injusticia. El 5 de septiembre de 1909 quedó atrapado en la niebla y encalló frente a las costas de ese país, que por entonces se llamaba África del Sudoeste Alemana. Hoy, sus restos se hallan doscientos metros tierra adentro; el desierto fue avanzando cada vez más hacia el mar. El "Eduard Bohlen" integraba la flota de la Woermann-Linie, una compañía naviera de Hamburgo, y desde 1891 navegaba regularmente como buque correo hacia África del Sudoeste. Durante la guerra de exterminio que emprendió la administración colonial alemana contra los herero y los nama, se convirtió en un buque de transporte de esclavos.

En esa guerra genocida, la primera del siglo XX, no sólo murió gran parte de la población nativa de África del Sudoeste; también se establecieron campos de trabajo y campos de concentración, y los prisioneros de guerra eran vendidos como trabajadores esclavos. [...]

Esta guerra de exterminio no sólo fue un ejemplo de la brutalidad de la violencia colonial, sino que constituyó un anticipo de los genocidios posteriores: con sus intenciones de aniquilación total, con sus campos, con su estrategia de exterminar mediante el trabajo. En aquel entonces, todo esto aún podía relatarse como una historia de éxitos; en 1907, el Departamento I de Historia Militar del Gran Estado Mayor del Ejército informaba con orgullo que no se habían escatimado los esfuerzos, las privaciones para despojar al enemigo del último resto de fuerzas para resistir; éste iba siendo ahuyentado de un puesto de agua a otro como un animal salvaje moribundo, hasta que cayó por fin, convirtiéndose en víctima involuntaria de la naturaleza de su propia tierra. La región de Omaheke, carente de agua, terminaría lo que habían empezado las armas alemanas: el exterminio de la tribu de los herero.?

Esto ocurrió hace cien años; desde entonces han cambiado las formas de violencia, pero sobre todo la manera en que se habla de ella. Son contados los casos en los que Occidente ejerce la violencia directa contra otros países; hoy las guerras son emprendimientos que incluyen grandes cadenas de actuaciones y numerosos actores; la violencia se delega, se transforma, se vuelve invisible. Las guerras del siglo XXI son posheroicas; parece como si se libraran a regañadientes. Y tras el Holocausto, hablar con orgullo del exterminio de pueblos se ha vuelto imposible.

Hoy, el "Eduard Bohlen" yace en la arena, oxidándose; quizás algún día, ante los ojos de un historiador del siglo XXII, el modelo de sociedad occidental en su conjunto, con todas sus conquistas de democracia, sus libertades constitucionales, su liberalidad, su arte y su cultura, parezca encallado tan fuera de lugar como este buque de esclavos que ahora nada en el desierto, un curioso cuerpo extraño proveniente de otro mundo. Si es que en el siglo XXII sigue habiendo historiadores.

Justo ahora que triunfa globalmente y que hasta los países comunistas y aquellos que hasta hace poco lo eran han caído bajo el influjo de un estándar de vida con automóvil, pantalla plana y viajes a lugares lejanos, este modelo de sociedad que tan impiadosamente exitoso supo ser a lo largo de un cuarto de milenio está llegando al límite de su funcionamiento, un límite con el que prácticamente nadie habría contado en estos términos. La sed de energía de los países industrializados ?y cada vez más, también, la de los países emergentes? provoca emisiones que amenazan con hacer que el clima pierda el compás. Las consecuencias ya pueden advertirse en la actualidad, pero son impredecibles para el futuro; lo único cierto es que el consumo ilimitado de las energías fósiles no puede continuar indefinidamente, y que el fin no estará dictado por el agotamiento de los recursos, como se pensó durante mucho tiempo, sino por lo incontrolable de las consecuencias de su combustión.

La Tierra es una isla

Pero el modelo occidental está llegando a su límite no sólo porque el impacto que la contaminación genera en el clima se volverá incontrolable, sino también porque una forma de economía globalizada que apuesta al crecimiento y a la explotación de los recursos naturales jamás puede funcionar como principio universal. Por lógica, una economía así sólo puede funcionar si el poder se acumula en una parte del mundo y se aplica en la otra; su esencia es particularista, no universal: no es posible que todos se exploten unos a otros. Dado que la astronomía aún no puede ofrecer planetas colonizables a una distancia que esté a nuestro alcance, no se puede evitar llegar a la triste conclusión de que la Tierra es una isla. No habrá otro lugar adónde ir una vez que se hayan agotado las tierras y arrasado los campos de materias primas.

El problema es que como se están agotando los recursos para la supervivencia, al menos en algunas regiones de África, Asia, Este de Europa, América del Sur, el Ártico y los países isleños del Pacífico, cada vez más personas contarán con una base menor para asegurarse la supervivencia. Y es evidente que esto llevará a conflictos violentos entre todos los que pretendan alimentarse de una única porción de tierra o beber de la misma fuente de agua que se agota, como también es evidente que dentro de un tiempo no muy lejano será difícil distinguir razonablemente entre los refugiados climáticos y los refugiados de guerra, porque las nuevas guerras están condicionadas por el clima y las personas huyen de la violencia. Como tienen que quedarse en algún lugar, se desarrollan nuevas fuentes de violencia: en los propios países, en los que no se sabe qué hacer con los refugiados internos, o en las fronteras de los países a los que pretenden emigrar, donde no son en absoluto bienvenidos.

Este libro analiza la relación entre el clima y la violencia. En algunos casos, como el de la guerra en Sudán, la relación es directa, casi palpable. En muchos otros contextos de violencia actual y futura ?guerras civiles y permanentes, terror, inmigración ilegal, conflictos de fronteras, disturbios y levantamientos?, la conexión entre los efectos del clima y los conflictos ambientales se establece sólo de modo indirecto, y sobre todo de un modo tal que el calentamiento global acentúa las desigualdades globales en las situaciones de vida y las condiciones de supervivencia porque afecta a las sociedades de un modo muy dispar.

Pero más allá de si las guerras climáticas constituyen una forma directa o indirecta de resolver los conflictos en el siglo XXI, lo cierto es que la violencia en este siglo tiene mucho futuro. Este siglo será testigo no sólo de migraciones masivas, sino también de la resolución violenta de problemas de refugiados, no sólo de tensiones en torno de los derechos de agua y de extracción, sino de guerras por los recursos.

TEXTUALES

  • "En el futuro, los Estados Unidos y Europa deberán protegerse de manera más efectiva del millonario aluvión de migrantes ilegales que, se teme, habrá a causa del cambio climático: el hambre y los problemas de agua, guerras y devastación se encargarán de ejercer una presión difícil de calcular sobre las fronteras de las islas de bienestar que constituyen Europa Occidental y América del Norte."
  • "Las catástrofes sociales del siglo xx han demostrado a las claras que las limpiezas étnicas y los genocidios no constituyen en absoluto desviaciones del sendero de la Modernidad, sino que más bien surgen como posibilidad sólo a partir de los desarrollos sociales modernos"
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1 comentario:

  1. "...todo porque forman parte de ese barco que va hacia un iceberg, que todos sospechamos que está por ahí. Sentimos el perfume de la tormenta, la tormenta todavía no vino, pero si no se modifican rápidamente un montón de cosas, la coraza orgánica va a ser destruida, sea por la explosión demográfica o por la cantidad de chucherías existentes. Porque en definitiva la tecnología a la cual le depositamos la solución del futuro, que todo el mundo ve difícil por los problemas con los recursos naturales, nos está dando chucherías, muy entretenidas por cierto, la Nintendo o lo que sea, pero todavía el inodoro es un chorro de agua que se lleva la mierda. Digo, es una cosa elemental, antes que la máquina de vapor. La aventura espacial tampoco dio resultado como para que migráramos dejando la Tierra y fuéramos a arruinar otro cascote. Yo lo veo medio así, que hay una tempestad acechando y estamos todos como en el disco, distraídos en distintas situaciones, creencias del tipo religiosas, amorosas, reclamos de tipo sociales. Todo el mundo está bailando un bailongo de intereses personales y hay una tormenta que ya tendría que haber estado preparándose alguna manera de resolverla..." sincronicidades del Indio. también en La Nación.

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