Reproduzco aquí una colaboración del amigo I.J. que me parece valiosa y provocadora. Espero sirva para pensar lo que nos pasa.
Cali
El Desafío de la Blancura
La política en la Argentina está pulverizada. Explotó. Se desintegró.
No fue producto de un cataclismo natural ni es consecuencia de un ataque nuclear. La política, en Argentina, simplemente se suicidó.
Lo que vemos por la tele, en los diarios y en las radios no son políticos. Yo no sé bien que son. Ellos tampoco saben explicar qué son.
Este juego de “armados”, “candidaturas testimoniales” y las mil y una mañas a las que nos estamos acostumbrando son de una perversidad y un poder de daño mayúsculos. Daño que se ejerce sobre la credibilidad de los votantes y rompe con el mínimo “contrato” que debería existir, al menos en la formalidad, entre representantes y representados. Han perpetrado una destrucción casi total de las bases de la democracia.
En los 25 años de democracia ininterrumpida que estamos transitando, hubo, en sus primeros años, claras señales de su fragilidad, luego se consolidó como nunca antes en la historia argentina. Ahora vivimos un momento donde la democracia no está débil, es diferente, está vaciada. La vaciaron.
Desde el gobierno se insiste en ejercer el poder como si estuviesen emprendiendo una batalla final contra la oligarquía y el perverso orden universal mientras tanto sus ejecutores viven y pregonan con sus actos el peor de los valores oligárquicos y el típico desenfreno de los “nuevos ricos” de los ‘90.
Así, para la gloriosa muchachada, un despreciado “motonauta” en los ’90 es ahora el líder que nos llevará a una “patria justa, libre y soberana”. Se convierte en un apreciado dirigente un político cuya frase más famosa lo desnuda impecablemente: “mi voto es no positivo”. Los “armados” desde la oposición y oficialismo son increíbles y también desnudan de manera impecable ese vacío en que han convertido a la política. Sólo un ejemplo, Felipe Solá, ¿qué es?, ¿alguien podría explicarlo?. ¿Es el funcionario clave y uno de los más estables en el gobierno de Menem?, ¿es el duhaldista?, ¿es el gobernador K'? ¿es el diputado K, ahora anti-K? ¿es el candidato PRO? ¿va segundo? ¿no iba primero?. En fin.
Es imposible describir todo el panorama. Hoy nadie, mejor dicho, casi ningún político podría señalar despectivamente a Borocotó (como lo hicieron en el pasado). Al contrario, deberían reconocerle haber sido un adelantado a su tiempo.
Entonces, lo cierto es que ya ni siquiera sirve aquello de “votar por el menos malo”. Cuál es el menos malo si no sabemos si van a asumir, si van a hacer lo que dicen, si ellos mismos no saben si van a atacar lo que ahora critican porque no saben con quién van a estar aliados dentro de unas horas. El “menos malo” valía para un tiempo en el que importaba la calidad, qué tan profundo y eficaz era un candidato para ejecutar sus ideas o dónde estaban los límites de esas ideas que representaba.
Eso valía para un tiempo en el que existían las “plataformas electorales” o cosas así. ¿Se acuerdan cuando eso existía, al menos para el gesto formal?. O cuando existían las “internas” y se elegían los candidatos del partido o coalición. ¿O cuando se les reclamaba a los partidos “internas transparentes”? Todo eso se pulverizó.
Los ´90 se llevaron puesto partidos y dirigentes, la crisis del 2001 enterró a otros tantos. Del “que se vayan todos” no surgió nada y emergió una política descabellada, donde el desborde, la sobreactuación y la intolerancia es moneda común.
Vivimos un tiempo donde se han roto algunas cosas bastante elementales y ante eso, la política se declara prescindente. Se acaba de matar un tipo porque se tragó un acoplado cruzado intencionalmente en una ruta internacional. Nadie ha dicho nada. Ni siquiera los que, como mínimo, debieron poner una luz de advertencia o señales suficientes. Mi derecho termina allí hasta donde pude aplastar al otro.
Claro que hay excepciones, pero no alcanzan para torcer la tendencia.
Se vienen las elecciones y uno se puede preguntar ¿a quien voto?. ¿Es esa la pregunta correcta para estos tiempos?
Me parece que no porque detrás de esa pregunta, inocente y bien intencionada, está la trampa. Saben que el 100% de los votos se distribuyen de algún modo y eso les permite seguir esta calesita. Si el 30% del candidato A se reduce un 5%, ese 5% va al candidato B y el C mantiene su 20%, entonces el D, puede crecer al 30% ya que le saca al E un 10%, entonces el D, aliado con el A, manejan la mayoría, aunque sean distintos, pero lo que importa es el poder. Y así cada vez más.
Conmigo no cuenten esta vez.
La pregunta correcta sería: “¿hay alguien por quién valga la pena no votar en blanco?”
(continuará…)
I.J.
Recomiendo leer un artículo de Alfredo Leuco sobre “El papelón de Ibarra”, aunque aclaro que éste artículo lo escribí antes de ver semejante cosa, luego de verla, me convencí mucho más de lo que había escrito.
Como Egberto Gismonti está viniendo a la Argentina en estos días, 8 minutos al piano con “Fala da Paixao” y a otra cosa.
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