lunes, 18 de agosto de 2008

Digamos Basta

La historia es así, por eso de estar quebrado, me dijo, un poco riéndose, “por qué no lees el libro tal?” …y se trataba de uno de esos libros de autoayuda terribles, pero me dijo que lo tomara sin prejuicios, que valía la pena. Era una voz autorizada. Bien, aceptado.


Voy a la librería, y cuando nadie podía escucharme ni verme, le digo al vendedor “¿tenés el libro tal?” Entonces se dirige a esa terrible biblioteca cargada de libros con el título gigante “AUTOAYUDA” y saca de ahí un ejemplar. Lo agarro y huyo corriendo hacia terrenos más conocidos, busco rápido algo que compense y encuentro un libro pequeño (tampoco estaba para jugarme en grandes gastos a las apuradas), “Digamos Basta” de Alejandro Carrió, a quien ubico por ser presidente de la Asociación por los Derechos Civiles (ADC), así que dije, “éste”. Entonces sí, voy a la caja y me dispongo a pagar con el libro de Carrió colocado estratégicamente encima del innombrable. Así de simple y prejuiciosa es la razón de cómo llego a este libro.


El libro es por momentos, simple, y en otros, simplón. Transita por los lugares obvios de nuestra tradición violatoria de la ley. Es políticamente correcto y aún en sus opiniones más jugadas, encuentro coincidencias. Pero es superficial y, en algunos párrafos, faltaría un poco más de fundamentación. Aún así, quiero compartir este fragmento (Ah!, el innombrable no me sirvió para nada!).


Cali


Alejandro Carrió: Digamos "basta" si queremos ser serios



Cerca de mi casa, en la zona de Buenos Aires que rodea al campo municipal de golf, las autoridades comunales tuvieron la feliz idea de inaugurar lo que se conoce como una "bicisenda". Se trata de un recorrido más bien corto, pero geográficamente agradable. De un lado están los bosques de Palermo, del otro un club de tenis.


La idea, supongo, fue consagrar un sendero donde los ciclistas pudiéramos circular sin riesgo de polución ni de las agresiones propias del tránsito porteño. Muy visibles carteles ordenan a los automovilistas no ingresar a la bicisenda. El clásico dibujo de un automóvil cruzado por una franja roja señala de manera inconfundible esa prohibición. Su contracara, claro está, es el derecho de los ciclistas a un espacio sano y seguro. Fácil, ¿no?


En realidad, no. La prohibición de circulación a automovilistas fue ignorada por éstos desde un comienzo, de manera absoluta. Tal vez el "error" de esta bicisenda fue hacerla demasiado ancha, de modo de brindar a los conductores de autos el espacio suficiente para ingresar y circular por ella. A juzgar por la velocidad de los autos, la bicisenda se convirtió más bien en un atajo.


Los "avivados" (la capacidad de nuestra sociedad para producirlos parece inagotable) vieron en estos caminos reservados para ciclistas su oportunidad de evadir el tráfico. He sido, en sentido estricto, víctima y testigo de este crimen. Los autos han pasado casi pegados a mi humilde bicicleta, produciéndome una sensación cercana a la de una bandera al flamear. Mis señas e indicaciones a los ocasionales conductores, cuando no algún insulto, jamás sirvieron de nada. Hasta me pareció ver en ellos alguna jactancia al "salirse con la suya", frente a la estéril prohibición.


Pero al tiempo llegaron los buenos (nuestras autoridades municipales) para poner coto a esta situación de ilegitimidad. ¿Qué hicieron? Construir los llamados "lomos de burro", espaciados más o menos cada diez metros, para evitar los excesos de velocidad.


El resultado ha sido, a las claras, patético. Los autos siguen utilizando la bicisenda y con ello continúan violando la prohibición. Los lomos de burro, por su parte, molestan mucho más a los ciclistas que a los conductores de autos, que sólo han visto frustrados sus deseos de ir más rápido, para "ganar tiempo". Y no del todo. Los magníficos vehículos 4 x 4, que pululan en nuestra ciudad como si toda ella fuera una especie de ámbito rural, acometen los lomos de burro sin que a su conductor siquiera se le desordene el jopo. Qué bueno es el avance tecnológico, ¿no?


Esta pequeña historia es algo más que un racconto de mis frustraciones como ciclista amateur. Es un ejemplo del lugar que ocupa la ley en nuestra sociedad, de la reacción de nuestros gobernantes ante las transgresiones a ella y, básicamente, del inocuo sentido de las prohibiciones.

Empecemos por lo más simple. Por razones que este ensayo tratará de desentrañar, parece claro que en nuestra sociedad no hemos incorporado en absoluto la idea de que una prohibición es, por sí sola, razón suficiente para que dejemos de hacer aquello que aparece vedado.


La expresión anglosajona It's against the law ("Es contra la ley"), que es frecuente ver en carteles o calcomanías en los Estados Unidos, resume una idea fuerte que diferencia, a mi entender, la idiosincrasia de estos dos pueblos. Entre nosotros, sinceramente no creo que frente a una prohibición tengamos incorporado una suerte de mecanismo automático de autorrestricción. Es más bien lo contrario. Frente a la prohibición, tendemos a indagar qué posibilidad hay de no ser enteramente alcanzados por ella, o bien buscamos alguna persona "amiga" (si es un funcionario, tanto mejor) que nos ayude a eludirla impunemente. También tendemos a cuestionar la utilidad de la prohibición, de manera de poder justificarnos en su incumplimiento. En suma, la ley, por sí misma, no nos dice demasiado.


Más grave todavía, la ley tampoco le dice nada al funcionario que debería regirse por ella. Claro que aquí los travestismos son de diversa índole.


El más profundo, pues revela una enfermedad que arrastramos desde hace décadas, es que ningún funcionario piensa seriamente que la ley se le aplica a él como a cualquier otro. Los funcionarios genuinamente creen, por ejemplo, que pueden estacionar sus vehículos en cualquier lado, y también que con su cargo tienen incorporadas a la manera de las propinas de los acomodadores de cine- una serie de prebendas que sería hasta ingenuo no aprovechar. Un amigo diplomático que estuvo varios años en la Embajada argentina en Washington me contaba, horrorizado, la siguiente práctica de los años 90. Algunos de nuestros políticos, integrantes de esas numerosas comitivas que nos caracterizan, arribaban a Washington para algún evento acompañados de infaltables asesoras (a las que nunca se las vio asesorar en nada). Para guardar las formas, la reserva en el hotel para la "asesora" era hecha en una habitación separada a la del funcionario a quien acompañaba. Sólo que luego ("obvio", como dicen los adolescentes) ambos ocupaban una sola. Y aquí viene lo increíble. En razón de la no utilización de la habitación extra, mi amigo era preguntado acerca de la posibilidad de que el hotel extendiera un voucher, para usar esa habitación libre en algún futuro viaje. Ante la respuesta de mi amigo de "eso es imposible", el funcionario consideraba que absolutamente nada se había perdido con preguntar.


Es que para muchos de nuestros políticos, la igualdad ante la ley es un principio que, en el mejor de los casos, rige sólo para el ciudadano común. El caudillismo, con su origen histórico en el feudalismo, de lo que me ocuparé más adelante, tiene a mi juicio bastante que ver con esta idiosincrasia. ¿O acaso el ex presidente Menem no hizo gala de haber surcado la Ruta 2 en dirección a la costa atlántica con su Ferrari a una velocidad supersónica? ¿Resulta siquiera imaginable la escena de un policía parando al entonces primer mandatario para multarlo, y a Menem aceptando que, como habitante de la Nación, él también es un súbdito de la ley?

Esta reflexión nos conduce al segundo travestismo, que se relaciona con mis ya relatadas penurias como ciclista. Creo que nuestro Estado, como comunidad supuestamente organizada, muestra una gran incapacidad para hacer cumplir las leyes que el mismo Estado sanciona. Quizás no sea por casualidad, por ejemplo, que la palabra sajona enforcement no resulte de fácil traducción a nuestra lengua. Por enforcement puede entenderse la disposición y efectividad que los poderes muestran para asegurar la observancia, normalmente mediante castigos, de las reglas de comportamiento que esos poderes fijan.


Otro amigo que vive en los Estados Unidos (no el diplomático) me contó que al poco tiempo de su llegada a la ciudad de Los Angeles, fue a un cine ubicado en un centro comercial. Como la película estaba por empezar y no encontraba un espacio para dejar su auto, decidió ocupar uno de esos lugares reservados para discapacitados (decisión precedida, seguramente, de la clásica expresión porteña "Ma' sí"). Como en las enseñanzas de Alá, el final "estaba escrito". Al término de la película encontró en el parabrisas de su auto el correspondiente ticket de infracción. La multa, luego se enteró, fue de quinientos dólares. Fue la última vez en su vida que cometió esa infracción.


¿"Estaría escrito" entre nosotros un final igual? O es más bien lo contrario. Vale decir, lo escrito es que hacemos lo que nos parece, estacionamos donde se nos ocurre, regamos las veredas de la ciudad con suciedad de perro, los camiones cargan y descargan mercaderías a cualquier hora del día, los colectivos no respetan los semáforos, los políticos se presentan como candidatos en distritos donde no nacieron ni tienen residencia actual y en suma, todo da lo mismo porque ninguna autoridad reacciona frente a este variadísimo panorama de incumplimientos. En este contexto todos estamos tentados a decir: "Ma' sí".


Hay relación. ¿Hay alguna conexión entre el diagnóstico que acabo de describir y nuestra posición en el mundo, nuestro desarrollo como nación y la calidad de vida que nos prodigamos?


Antes de aventurar la respuesta que a nadie debería sorprender demasiado, permítaseme adelantar una idea central.


Si bien puede ser tentador el andar culpando a los demás por aquello que nos sucede, creo que es un camino del que no hemos sacado mayor provecho, salvo el de una mal entendida autojustificación.


Es cierto que echar culpas al prójimo, a los estados capitalistas, a los organismos de crédito externo, a las potencias que no nos dejan crecer, a los inmigrantes, al sionismo internacional, a las naciones proteccionistas y en definitiva a cualquiera menos a nosotros mismos, es leitmotiv para los populistas que, triste es reconocer, nos han gobernado muchas veces por propia elección.


El populista nos dirá aquello que una mayoría quiere oír. No es por ninguna de las cosas que mencioné hasta ahora que no logramos despegar en el concierto de naciones.No es nuestro desapego a la ley y el desprecio por las instituciones lo que nos mantiene sumergidos. Adelantarnos en una cola, mirar para otro lado cuando nuestro perro ensucia la vereda, conseguir "acomodo" para que nuestro trámite vaya más rápido (postergando así al del "no acomodado"), la exigencia del funcionario de una "comisión" para aprobar un trámite público, y el particular pagarla, nada de todo eso es la causa de lo que nos sucede, el populista se apresurará a decir y una mayoría aceptará. Los males vienen de afuera, nos persiguen y nos postergan, sin que debamos mirar para adentro y analizar qué estamos haciendo mal.


Recordemos aquella célebre frase del sindicalista Luis Barrionuevo, cuando señaló que debíamos dejar de robar al menos por un par de años, y que provocó un escándalo general. Esa frase puede haber golpeado por su crudeza y desparpajo, pero no por su desatino o su insinceridad. Es que mientras no caigamos en la cuenta de que los males que he venido señalando tienen una directa conexión con la calidad de vida que nos propinamos unos a otros, ninguna modificación estructural habrá de tener lugar.


Mientras no aceptemos que el desprecio por las reglas es generalizado, que cuando se atacan las instituciones la República se debilita, y que todo eso incide directamente en nuestra calidad de vida, las posibilidades de cambios sustanciales se alejarán de nosotros cada vez más.


Alejandro Carrió: Abogado (UBA) especializado en derecho penal y constitucional. Master of Laws de la Universidad de Luisiana. Profesor universitario en Nueva York, Columbia, UBA y, actualmente, en la Maestría en Derecho de la Universidad de Palermo. Es miembro fundador y presidente de la Asociación por los Derechos Civiles (ADC).

1 comentario:

  1. simple pero excelente radiografía de como somos y por contraposición de como debieramos ser.

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