sábado, 27 de septiembre de 2014

La culpa y la vergüenza


Fragmento del libro “La civilización empática”, Jeremy Rifkin (2010)
Cuando hablamos de culpa ha de quedar claro que no la confundimos con la vergüenza. Muchas veces, los dos términos se usan indistintamente cuando en realidad son totalmente diferentes. La culpa puede generar ansiedad empática y el deseo de tender la mano y reparar el daño causado, pero la vergüenza denigra el ser de la persona y hace que se sienta despreciable. Sentirse avergonzado es sentirse rechazado. La vergüenza es una forma de aislar a la persona del «nosotros» colectivo, de marginarla y convertirla en «no persona». La vergüenza tiene el efecto de sofocar e] impulso empático innato. Si una persona se siente como si no existiera, si se la excluye socialmente y carece de autoestima, no podrá recurrir a sus reservas empáticas para ponerse en el lugar de otra. Incapaz de conectar emocionalmente con los demás, se retrae o canaliza su sensación de abandono descargando su furia en otros. ¿Y por qué esta furia? Porque suele ser la única manera que le queda de comunicarse y relacionarse. En cada sociedad se encuentra la figura del «solitario» aislado de la sociedad y lleno de ira hacia sus semejantes.
Hacer que alguien se sienta culpable es apelar a su humanidad para que haga lo correcto por otra persona. A diferencia de la vergüenza, que aísla a la persona de la humanidad, la culpa es un mecanismo interno que le recuerda su profunda conexión social con los demás y la necesidad de restablecer los vínculos sociales.
La culpa se debe manejar con cuidado. Si la disciplina de los padres basada en Ia inducción genera en el niño un exceso de culpa, es probable que el niño crezca sintiendo que, haga lo que haga, nunca podrá enmendar ningún daño ni restablecer los vínculos sociales. Por otro lado, si la disciplina por inducción no genera en el niño un mínimo de culpa, crecerá sin la capacidad de reflexionar sobre la influencia que tiene su conducta en los demás y no podrá generar una ansiedad empática suficiente para reparar los vínculos sociales. Los padres adecuados hacen que el niño sepa que ha hecho algo mal, pero lo hacen con afecto para que el niño también sepa que sigue siendo querido y respetado como persona. Si los padres le explican lo que puede estar sintiendo la otra persona y le preguntan cómo se sentiría él en la misma situación, le hacen saber que confían en su bondad innata y en su deseo de empatizar con otros y de reparar el daño que pueda causar. Es igualmente importante que los padres hagan saber al niño que no lo quieren menos por su mala conducta. Nadie es perfecto . Lo mejor que podemos esperar unos de otros es que aprendamos de nuestras faltas y que en el futuro intentemos actuar mejor.
Cuando un padre avergüenza a su hijo le comunica que no está a altura de lo que espera de él y que no es digno de su respeto. El objetivo del acto disciplinario lo conforman las expectativas del padre, no la humanidad del niño. El niño se queda con la impresión de que todo su ser es una decepción y de que si no se atiene a la «imagen ideal» de lo que sus padres esperan de él se verá rechazado.
Las culturas basadas en la vergüenza y las basadas en la culpa crean seres humanos muy diferentes. Según la filósofa estadounidense Martha Nussbaum:
La culpa moral es mucho mejor que Ia vergüenza, porque se puede expiar y no mancilla la totalidad del propio ser. Es una emoción dignificada y compatible con el optimismo ante las propias posibilidades […]. En lugar de exigir la perfección de una manera severa y agobiante, [la moralidad] mantiene la imperfección del niño, pero le dice que el mundo contiene posibilidades de misericordia y de perdón y que se le quiere como a una persona que tiene interés y valor por derecho propio. Por lo tanto, no debe temer que su imperfección humana provoque la destrucción del mundo. Y puesto que no está asolado por una vergüenza aniquiladora a causa de su imperfección, tendrá menos necesidad de sentir envidia y celos, unas emociones que expresan su deseo de un control omnipotente de las fuentes de lo que es bueno.
Lo irónico es que cuando una cultura basada en la vergüenza intenta alcanzar los niveles más elevados de perfección moral, acaba creando una cultura de envidia, celos y odio hacia uno mismo y hacia los demás. A lo largo de la historia, las culturas basadas en la vergüenza han sido las más agresivas y violentas, porque sofocan el impulso empático y, con él, la capacidad de sentir el sufrimiento de los demás y de responder a él con compasión. Cuando un niño crece en una cultura basada en la vergüenza creyendo que si no logra alcanzar un ideal de perfección o de pureza deberá sufrir la ira de la comunidad, tenderá a juzgar a los demás según los mismos criterios rígidos e inflexibles. Carente de empatía, será incapaz de sentir el sufrimiento ajeno como si fuera suyo y, en consecuencia, tenderá a considerar que si otra persona sufre es porque lo merece al no haber logrado el nivel de perfección que espera la sociedad.
Aún hay sociedades tradicionales con culturas basadas en la vergüenza. No es raro saber de una mujer que ha sido violada por varios hombres y que después ha sido lapidada por su familia y por sus vecinos por haber mancillado su honor. En lugar de sentir empatía con su sufrimiento, la comunidad le inflige un castigo aún mayor quitándole la vida. Para Ia comunidad, la mujer carga con la vergüenza de la violación a pesar de haber sido la víctima. Para su familia y sus vecinos ha quedado mancillada para siempre y esto la convierte en un objeto repugnante que se debe eliminar. El poder que tienen las culturas basadas en la vergüenza para sofocar la empatía y transformar a seres humanos en monstruos es aterrador.









1 comentario:

  1. Muy bueno leer esto acá. Excelente mirada sobre estos dos patrones que nos rigen, individualmente o en sociedad, en tantas situaciones cotidianas.

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