domingo, 20 de abril de 2008

Allí donde alcé mi rabia

Finalmente me fui para el Teatro Opera sobre la hora sabiendo que era casi imposible obtener entrada de último momento (se sabía que estaba todo agotado!) y efectivamente, todo agotado. No estaba en mis planes previos ir a ver a Larralde este Sábado, pero una decisión apresurada me llevó a terminar caminando por Corrientes el Sábado por la noche. Mirando discos en ofertas y soportando el tronar de valses vieneses en DVD. Terminé rápido el trámite con “Percepciones” de Schocron-Gutfraind cuarteto y “Altiplano” de Jaime Torres/Minimo Garay/Magic Malik sobre los que volveré luego. Ya está, rajemos.

En estos días volví a Larralde. Esta semana escuché con insistencia uno de sus discos más impresionantes, “Simplemente”, de 1973 y que contiene “Allí donde alcé mi rabia” (Parte 1 y 2). Una extensa reflexión que no da respiro en sus 35 minutos. Aquí les dejo sus últimos versos como una breve presentación a la nota que hoy publicó el diario Crítica.

Cali


(Fragmento final de “Allí donde alcé mi rabia”)

Repetiré hasta el cansancio lo que otras veces ya dije
el repetir no me aflige aunque me cueste el matambre
también se repite el hambre aunque alguno no se fije
Todo argumento se rige en escapes y agachadas
caparazón quebrajeada que deja ver lo de adentro
en todo redondo hay centro y hay redondos a patadas.
Lo difícil suele ser perimetrar con certeza
de errar, nació la pobreza, pero también la opulencia
La primera es consecuencia de la segunda: inclemencia
Si consiguiendo pacencia se consigue eternidad
es fácil adivinar lo eterno de la miseria.
La pacencia es cosa seria cuando no tiene final
pero el hombre acaba mal cuando gasta esa virtud
si se juega el caracú pa no caer en el fracaso
lo planchan de un garrotazo y así le apagan la luz
y haciendo puruspupús en discursos sentenciosos
el caudillo alabancioso miente a granel y sin asco
cae el yanqui, el ruso, el vasco, el turco y el jeringoso

Y ¿que hay del asado jugoso y el puchero de marucha?
¿que pasa con el que escucha tanta promesa gastada?
si pa echar una yerbeada lleva el país a babucha
¿Que pasa con el que lucha y cincha como un caballo?
que ya ni el gusto a zapallo puede probar en el plato
ese que se acuesta pato y amanece con el gallo
ese que ya tiene un cayo en medio del corazón
con la mujer sin calzón con el hijo sin tricota
ese que usan cuando vota prometiéndole un montón
ese que tiene razón cuando dice que es mentira
ese que no tiene lira, ni dólar, ni patacón
ese que ni a religión le alcanza lo que transpira
¿Que pasa con el que muere sólo por decir que no?
cuando a punta de rigor le ahorcan los ideales
males que alimentan males, dolores que traen dolor
y ese que cae por desgracia al final de un mosocomio
por haber andado de insomnio acomodando el salario
seguro que deja varios con visita al manicomio.

Madeja de la madeja tu punta ¿donde andará?
quién te pudiera encontrar pa´ saber cuanto medís
y darte por la nariz lo que en la nuca me das
quien pudiera sofrenar la vida y la providencia
quien pudiera ser conciencia pa’ martillar noche y día
pa’ borrar la porquería que se nutre de inocencia
Cabizbaja interferencia que se arrima cavilante
funcionario interpelante te aconseja con premura
que lo grueso de la achura jamás termina adelante
que la mar esta en bajante, que el viento ya va a parar
que hay que saber esperar el cambio de un secretario
y así me reza un rosario que nunca podré tragar
y aunque me mande a... a cantar y me den papel higiénico
viviré tragando arsénico indagando mi memoria
y así quedará mi historia con ficha de esquizofrénico
y sin llegar a ser ténico ajustaré mi tornillo
dándole forma al anillo del mundo que me rodea
y aunque ese mundo no vea yo seré su monaguillo
y si es medio saladillo el pan que te comulgó
no le eches la culpa a dios ni al santo que lo acompaña
que, aunque ellos tengan sus mañas, la culpa la tenes vos
La pucha que lo partió fiero y abierto el hachazo
si por tener un pedazo tengo que comprarlo entero
antes que nada prefiero rodar que marcar el paso
se me pone duro el brazo cuando lo mando a callar
y si pienso en recular la pata va pa’ delante
con el ojo vigilante puedo largarme a opinar
A veces tengo que andar cuidándome la osamenta
como quien tiene un cuenta que debe y que no pagó
pero pienso que el cantor debe cantar las cuarenta
no hago gala de mis mentas porque nunca fui mentao
si alguno me ha comparao con algún cantor prolijo
sepa que solo me fijo si me cayo un entripao.
Y ansi nomás me despido sin completar mi concierto
yo se que todo esto es cierto y lo que habrá de seguir
callarme han de conseguir tan solo viéndome muerto.


(Nota Diario Crítica)
José Larralde, con público familiar y del rock pesado

La vuelta del gaucho misterioso

Cantor mitológico, hoy llega al Teatro Ópera con entradas agotadas. No presenta disco, no hizo publicidad y escapa tanto de los reflectores y como de las reglas del mercado.

Andrés Casak
19.04.2008 (Crítica)

Reserva y fidelidad. En su página web aparece el teléfono de su representante, junto con el pedido de no saturarlo con saludos para don José. Y sus fans lo respetan.

A José Larralde le calza perfecto el rótulo de leyenda, esa palabrita cuyo significado está hoy prácticamente diluido. Sin embargo, su leyenda está tallada de otra madera, de esa que no se obtiene de un éxito pasajero ni de alguna polémica mediática; está esculpida en los márgenes, lejos del centro, desde el misterio de un cantor que parece vivir en su propia ley. Veamos por qué.
Sus conciertos son serenas celebraciones de entrecasa, encuentros en los que Larralde dedica largas parrafadas a conversar. Sólo desde el escenario, entre tema y tema, es capaz de sostener anécdotas, deslizar pensamientos y apurar definiciones; lo más parecido a una mateada.

A su tradicional público familiar se le sumaron en la última década los hombres de negro. Es reverenciado por las huestes de heavy metal que siguen a Ricardo Iorio, ya que el ex V8 y Hermética y actual Almafuerte grabó algunos de sus temas. Unos y otros coincidirán el sábado en el Ópera –las entradas ya están agotadas–, en una auténtica excepción a la regla: es la primera presentación de Larralde en un teatro de la avenida Corrientes en los últimos diez años.
El músico prefiere cultivar el circuito barrial o del interior, alejado del ruido de los festivales, aunque en algún sentido esta actuación, titulada “Cosas nomás…”, se traza dentro de su perímetro: no hay disco nuevo y evitó las entrevistas con la prensa.
Entre las preocupaciones de José Larralde, hay una que asoma con regularidad: la credibilidad. Una credibilidad que se asocia con la experiencia propia como espejo del arte. Suele decir que sólo puede cantar sobre aquellas cosas que vivió.
Nacido en Huanguelén, en la provincia de Buenos Aires, mezcla de sangre árabe y vasca, hizo de todo antes de dedicarse al canto. Fue ayudante de cocinero, soldador, peón rural, albañil, mecánico.
De esa vida campesina pampa adentro, de su cotidianeidad, de los paisajes y de sus injusticias sociales se nutren sus canciones, que entona con una erre que subraya el origen rural. Desde que Jorge Cafrune lo presentó en Cosquín en 1967 lleva cuarenta años en este camino. Tal vez el punto culminante de su obra está en Herencia pa´ un hijo gaucho, que lleva vendidas más de cinco millones de copias. Allí ya avisaba que “prefiero morir ahogado que echar el grito pa´ atrás” o escribía lo necesario de “comprender que la vida no tiene dueño”.
La matriz testimonial de sus canciones no varió demasiado con los años. Al contrario, profundizó las crónicas sociales de sus primeros tiempos. En uno de sus últimos discos Cómo quién mira una espera, grabado en pleno apogeo menemista de 1995, escribió sin vueltas cosas como Fogonera (“qué grande se ha hecho la franja entre el arriba y el abajo/ unos se van pal Miami/ y otros se van pal carajo” o ironizaba con un “revolución productiva/ cómo que no me di cuenta”).
Ahí otra vez su personalidad se ensamblaba como sinónimo de su obra: en un viejo programa de televisión en ATC, que finalmente nunca se emitió, se cruzó duro en una discusión con su conductor Hugo Guerrero Martinheitz, cuando Larralde se largó a criticar el liberalismo y la crisis económica. Sus detractores lo acusan de ser un resentido y de propagar un férreo nacionalismo.
Él se defiende y dice que de acuerdo con los tiempos, desde los años 70, fue clasificado en todas las tendencias políticas posibles: peronista, comunista, anarquista, desestabilizador y contestatario.
Hoy vive en el barrio de Constitución, tiene tres hijos y acumula tres divorcios, y su estampa de cantor campero sigue abrevando de la milonga surera, cifras y estilos, géneros emblemáticos de la música pampeana, como si él fuera un rezago del payador. Para no pocos iniciados, su voz grave y cavernosa tiene ecos de la de Alfredo Zitarrosa.
En las escasas entrevistas que concedió hace unos años, aclara que lo suyo no es el folklore sino la milonga y que no da conciertos sino que hace “simples guitarreadas”. Cuando le preguntan por su música preferida, opta por el tango. De hecho, el nombre que eligió para su hijo mayor es elocuente: Carlos Romualdo, por Gardel. En este tren de curiosidades, su versión seca de Afiche permite redimensionar la historia del tango, acentuando aún más su costado trágico.
La mezcla de reserva, fidelidad y adherencia que despierta Larralde se puede seguir por internet. En su sitio oficial osaron publicar el teléfono de su representante, pero piden encarecidamente un favor. Es el siguiente: “Tengan en cuenta que estos datos son para contratar a José Larralde para un recital, y no para enviar saludos o pedidos para don José por email o teléfono, ya que de esta forma estaríamos saturando al manager/ representante de Larralde y esto ocasionaría que debiéramos sacar estos datos de la web”. La leyenda continúa.

1 comentario:

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