martes, 30 de junio de 2009

Bien mufado

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Antes que nada debo confesar que no cumplí mi promesa de votar en blanco.

Finalmente no fui a votar.

Aún sabiendo que la sutil diferencia entre ambas acciones es importante, sucumbí al sopor y el desánimo que me provocaron estas semanas de campaña. Se hacían las 18 y no podía arrancar, jamás semejante desapego.

Me animaría a decir que soy un enamorado de la política, pero ayer domingo, era un cínico que no encontraba el modo de descargar el odio a tanta mentira descarada, desparpajo de brutalidad y derroche de dinero. No me voy a poner en superado, no critico las equivocaciones, no maldigo la ausencia de lo que podría ser una brillante iniciativa y respeto los errores de aquellos que intentan construir algo aún a pesar de sus propias limitaciones y las de los demás. Maldigo los aparatos armados para que nada ocurra y todo permanezca como está. Aborrezco los que juegan con las palabras para construir promesas que saben que son vacías. Y lamento que otros (muchos, demasiados todavía) tomen esas palabras y jueguen al debate político con las mismas.

Los diarios del Domingo estaban plagados de artículos que reflejaban opiniones bastante similares a mis sentimientos, pesimismo y falta de entusiasmo allí donde uno pusiera el ojo. Las excepciones eran sólo intervenciones interesadas en el botín electoral.

Finalmente, tarde ya, me dispuse a esperar, no los resultados, sino “los resultados de los resultados”. Un ejercicio cínico también. Esperar las primeras reacciones, sabiendo que serán inmediatas, tan rápidas como el boca de urna. Ver los reacomodamientos, apariciones y desapariciones en el nuevo “mapa político”, veloces como un rayo, arteros y premeditados como falsos eran sus gestos en campaña. Así fueron apareciendo desde el Domingo a la noche hasta hoy, una constelación de “figuras” presidenciables y pases de factura que misteriosamente tenían preparados costosos afiches de vía pública en Buenos Aires para salir el Lunes a primera hora de la mañana. Digno final.

Nuevamente, lamento el desconcierto de tanta gente que no sabe quién ganó ni quién perdió. No ganó nadie. O para ser más exactos y justos, perdieron los que siempre perdieron.

Lo repito, la política se suicidó en la Argentina. Hay que hacerla de nuevo.

Ahora, se viene la realidad señores. Y parece que será dura, a juzgar por algunos datos económicos simples. No faltará quién diga que lo que se viene es producto del resultado electoral. Siempre se puede seguir alucinando epopeyas y apelar al victimismo.

Prometo superar esta etapa bajón. Pero hay que ser de madera para que no le afecte a uno lo hemos vivido en estos días.

Cali

Un tema más de los que calman mis nervios en estos días. Luego un pequeño artículo publicado por el diario Crítica el mismo día de las elecciones.

OPINIÓN

Todavía nos deben la democracia

La convicción ideológica y el proyecto de país perdieron la disputa que les libraron el marketing electoral y las encuestas. Damián Glanz.

Por D. Glanz, 28.06.2009

Francisco de Narváez está afiliado al partido que preside su adversario Néstor Kirchner. El diputado de Unión PRO es candidato por un sello electoral que creó para poder enfrentar al PJ.

El cuarto oscuro de hoy estará repleto de partidos creados, alquilados o comprados para postular al protagonista de algún éxito del marketing político. El socio de De Narváez, Felipe Solá, también peronista, comparte bloque parlamentario con el mendocino Enrique Thomas, un justicialista que responde a Julio Cobos. El vicepresidente, integrante del gobierno nacional, lidera la campaña opositora del radicalismo unificado de Mendoza, que lleva como primer candidato al presidente del bloque de la UCR, el senador Ernesto Sanz. Los radicales, junto a los socialistas y la Coalición Cívica, formalizaron este año el Acuerdo Cívico y Social, la fuerza con la que compiten en casi todo el país contra el kirchnerismo. En la provincia de Buenos Aires se enfrentan también a los peronistas cercanos a Cobos.

En Santa Fe, el ACyS lo lidera el socialismo. Pero el PS quedó fuera del armado de la ciudad de Buenos Aires y en la provincia es un apéndice del kirchnerismo. En Córdoba, Elisa Carrió –líder del Acuerdo– respalda a Luis Juez, adversario de Ramón Mestre, de la UCR.
En esa provincia, como en Santa Fe, y en casi todos los distritos, los kirchneristas se enfrentan a recientes ex kirchneristas o a viejos peronistas disidentes. Pero todos dicen ser justicialistas. Como los peronistas de Mauricio Macri, como el propio De Narváez. Como aquel sector del electorado al que pretende captar Carrió.

¿Cómo es posible que los aliados de aquí sean adversarios más allá? ¿Las ideas mutan con los saltos de las tranqueras que dividen las provincias? ¿Acaso tienen ideas?

La convicción ideológica y el proyecto de país perdieron –como nunca antes– la disputa que les libraron el marketing electoral y las encuestas. Esta democracia sin partidos políticos se convirtió en el deporte bienal de encestar el voto en una urna.

Esta noche habrá candidatos ganadores y otros perdedores. Pero los partidos políticos, y la democracia, habrán sido todos derrotados.

sábado, 27 de junio de 2009

El desafío de la blancura – cierre de campaña

Llegamos al final de una de las peores campañas políticas de las que tengo memoria.

Una de las razones de este estropicio electoral ha sido generado por el Gobierno Nacional al colocarlas como la madre de todas las elecciones, el archiconocido truco de “yo o el caos”, claro que esta vez en tono “K”, que hace a todo más dramático aún. También modificando calendarios electorales previamente pactados y demás picardías, como las candidaturas ficticias.

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Pero por sobre todo, ha sido esta campaña la cumbre del ridículo. Donde el programa cómico “Gran Cuñado” fue la plataforma principal del debate electoral. Durante semanas, lo que fue sucediendo en ese programa con las imitaciones de los candidatos y algunas otras figuras aledañas, ha sido la materia prima de los programas periodísticos y políticos, diarios y revistas. No sólo eso, ha sido durante un buen tramo de la campaña el principal tema de debate en las entrevistas a los verdaderos candidatos. Aunque hablar de candidatos verdaderos, en casos como el de Scioli y algunos otros, es una verdadera contradicción a la lógica.

1016138-300x125 Luego comenzaron a aparecer los propios candidatos en dicho programa para jugar a una especie de intercambio de roles entre imitados e imitadores. Indescriptible todo lo que allí se vio. Finalizó la exitosa (para Canal 13) maratón político-humorística con la comunicación telefónica entre Tinelli, Néstor Kirchner y su imitador. La clave del diálogo, confieso, no la entendí. Le hablaba a Tinelli de debatir, de ser local, visitante, en fin, una pretendida aparición canchera que no entendí. A Kirchner nunca le entiendo su humor. El colmo del ridículo es que se hizo el que no estaba mirando el programa. En fin.

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Confieso que con los años uno va acumulando registro de caras, mañas, frases y trucos que, con un mínimo de memoria y capacidad deductiva, el descarte de candidatos se produce de manera vertiginosa.

No entiendo por qué razón las exigencias y el poder crítico del votante caen estrepitosamente en las campañas electorales. Esto hace que buena parte del electorado, sin ninguna convicción ni confianza, busque casi de manera desesperada a algún candidato para entregarle su voto. Me parece una equivocación. Lo he dicho, esa es en parte la trampa de la corporación política, descuentan que tienen atrapado al electorado y que del corralito que nos proponen nadie se sale. La única salida a ese juego es el voto con convencimiento, y si no lo hay, el voto en blanco. Yo esta vez voto en blanco.

El voto en blanco tiene mala prensa, lo sé. Es el único voto que no les pertenece.

103744_detail El “corralito” electoral se forma de diversas maneras, una de las más eficaces es evitando las “internas”, de ese modo se vota de un modo genérico, a personas sin programa, a alianzas que significan cosas totalmente opuestas para distintos votantes, a símbolos vacíos. Al no haber internas lo que se nos ofrece es una gama enorme, en el caso del peronismo es la más evidente, de líneas “externas” a la “oficial”, candidatos “independientes” de todo tipo, más a la izquierda, más a la derecha, más jóvenes, más viejos, más para acá y más para allá. Así colectan votos de todo tipo, total, una vez en el poder los porotos se suman para el líder de turno. Las “colectoras” van recolectando el voto “independiente”, el voto “castigo”, el voto “vergonzante”, el voto “honesto”, el “bronca”, etc. Las listas principales colectan el voto “útil”, el voto “miedo”, el voto “cuota”, el voto “práctico”. Así no se pierden votante alguno. Todos votan cosas distintas, pero al final, todo los ríos van al mar. Si existiesen las internas cada partido debería definir qué sector y proyecto es el que se llevará adelante por adelantado.Sin internas, usan tu voto para dirimir sus pujas pero el resultado se conoce una vez que ya están en el poder, y la pelea ya no es de ideas, es de cargos, presupuestos, presidencias de comisiones, etc.

138943 Las dos listas principales en pugna, Kirchner – Narváez, son dos corrientes dentro del peronismo. Alrededor, una constelación de “colectoras”.

Mencioné ya el caso de Sabbatella, un excelente intendente al que hay que reconocer y valorar muchísimo, pero que no existe como proyecto independiente a nivel nacional y no se sostiene, quedó claro en cada entrevista que en el Congreso Nacional suma para Kirchner. No logró a lo largo de estas semanas expresar, más allá de la honestidad, que su vocación es distinta a la del proyecto “K”.

El ejemplo anterior, como otros tantos, conforman listas diferentes entre sí por diversas razones que van desde personalismos, no compartir la boleta con gente que les resulta moral y estéticamente incompatibles o porque les permite juntar votos propios únicamente. Este síntoma se ha repetido y se repite con el peronismo a niveles infinitos y hay caras de todo tipo, desde Rico a Heller, desde Filmus a Patti. Pero, indefectiblemente, todas esas colectoras llevan a una corriente principal que desemboca al proyecto que los tiempos dicten. Si para permanecer en el poder debemos poner el guiño a la derecha, allá se irá, si hay que poner el guiño a la izquierda, se irá también. En cuestión de meses pueden declarar el no pago de la deuda y luego pagar todo como un soberano acto de rebeldía bolivariana.1391562701_c346da69a9

Por otro lado, hay también alianzas como la que concretó Elisa Carrió. Una sola cosa me basta: no se puede sostener una alianza con Cobos adentro. Lo dije en su momento, un político cuya frase más célebre es “mi voto es no positivo” lo dice todo. Además de realizar el ejercicio obsceno de la militancia opositora desde el cargo de Vice-Presidente de la Nación es demasiado para ser tolerado. Es imposible confiar en un personaje así, ¿se puede confiar en una alianza política que confía en él?. Me parece disparatado, sencillamente.

Ha aparecido el fenómeno Pino Solanas. Solanas es posible si sucede este extraño fenómeno en que la historia Argentina se reduce a: Acto 1: Argentina paraíso perdido, Acto 2: los ´90s; Acto 3: recuperemos el paraíso.

Para Pino Solanas el mundo es tal cual él lo soñó en los ´70 acorde a sueños amasados en una realidad de los ´40. Lo de Pino Solanas es sorprendente, capta votos con un discurso de epopeya de recuperación nacional que tiene límites fatales. Algunas cosas que se enarbolan no son ciertas, por ejemplo, no hay que “nacionalizar” el petróleo, el petróleo es nacional y su administración corresponde a las provincias acorde a la Constitución Nacional que el mismo aprobó en 1994 como Constituyente. Las cosas que hay que discutir sobre el petróleo en la Argentina son bastante más complicadas y eso no se parece mucho a una epopeya.

nuevo afiche Otras propuestas de Pino Solanas tienen la inviabilidad del tiempo transcurrido, la evolución tecnológica e institucional que, mal o bien, han modificado el panorama tal como supo serlo en el pasado. El interés nacional hoy se traduce y se defiende a través de instrumentos acordes a los tiempos. Si remataron a YPF, habiéndola hecho pelota previamente, y ahora se llora cuando miran a Petrobras, no hay vuelta atrás posible, hay que pensar cómo se hace un proyecto energético en el actual contexto nacional e internacional.

El discurso de Pino Solanas es simplista, y es efectista, por supuesto que puede conmover ver las riquezas perdidas o las oportunidades perdidas, pero suponiendo que Argentina pueda convertirse en la potencia mercantil (cuando aún esa palabra existía) de otrora, es improbable que lo pueda hacer apelando a los mecanismos que Pino Solanas enarbola. No es derrotismo. Hoy la independencia, la soberanía, la calidad de vida, las riquezas futuras, se nutren y administran con instrumentos diferentes a los controles públicos, empresas nacionales, nacionalizaciones del subsuelo y reformas constitucionales que se esgrimen en su plataforma como recetas mágicas.kirchner miente ari

El clima de sospechas, descalificaciones y, por momentos, de frivolidad rampante de la campaña les cabe como responsabilidad a todos, aún a quienes sin haber sido parte de los grandes espacios mediáticos. Ninguno logró inspirar la necesidad de tomar en serio a algunos de los temas de campaña. Son muchos los candidatos que no fueron parte del show mediático, pero no pudieron sacar a relucir nada diferente de los lugares comunes.

Todo negativo En fin, voto en blanco porque de otro modo estaría mintiendo mi opinión. La democracia no corre peligro y creo que debemos alentar y aspirar a una dirigencia más clara ideológicamente y menos atrapada en el pasado. Yo hoy no tengo mejor opción para hacerlo.

Cali

PD: Estoy en el padrón de Provincia de Buenos Aires, si estuviese en algunas otras jurisdicciones, mi voto no sería en blanco.

Lo que estoy escuchando, un grandes éxitos, “the best of Bill Frisell, Vol1. Folk Songs” (2009). El tema es “have a little faith in me”:

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viernes, 19 de junio de 2009

10 horas en el purgatorio

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Desde hace muchos años no soy nada adicto a la ficción. Excepto aquella que me lleva a los lugares de la no ficción que me obsesionan y, hasta podría decir, me desvelan. Hice un comentario bastante similar al haber leído Historia del Llanto.

Acabo de pasarme desvelado 10 horas arriba de un avión sin poder despegarme de un libro. A veces me quedaba dormido, para despertarme al rato y seguir enloquecido con el relato hasta devorarlo por completo. Un relato en clave borrosa, de locura, extravío y contrariedades. Justo para leerla en ese estado de apasionamiento y semi-adormecimiento, donde las visiones y confusiones de los personajes (y de la Argentina) hacían perfecta coincidencia. Mientras atravesaba el Atlántico, “El Purgatorio” (2008), la última novela de Tomás Eloy Martínez, me llevó varias veces a las lágrimas y a caer desmayado en medio de las locuras que en la Argentina nos ha impregnado a todos.

El relato tiene el acompañamiento recurrente de Keith Jarrett con su Köln Concert, otra obra de un poseso que se sentó al piano y sacó algo que partió cabezas y aguas. Me duermo tratando de recordar esas notas tantas veces escuchadas. Ahora puedo escucharlas de nuevo. Es la primera parte, ojo, es larga y deja sin aire.

Es una novela donde la ficción y la realidad se mezclan con varios de los tópicos recurrentes y obsesivos en mí: la dictadura, la violencia política, los militares, el patrioterismo, el exilio, los fragmentos de argentinos que encuentro recurrentemente lejos del país como parte de un rompecabezas que a veces sueño que se vuelvan a juntar para armar y poder ver bien de qué se trataba.

Es un golpe, un ataque de locura extraordinario esta novela de Tomás Eloy Martínez. Para muchos críticos esta novela es consagratoria. Según lo reproduce la editorial Alfaguara, The New York Times considera que “Tomás Eloy Martínez afirma su lugar entre los mejores escritores de América Latina”.

Reproduzco un artículo que dice bastante más de lo que yo puedo decir

Cali

Domingo, 02/11/2008

Purgatorio, lo nuevo de Tomás Eloy Martínez

Tomás Eloy Martínez, escritor y periodista argentino, presenta su próxima novela "Purgatorio", la cual será editado por Alfaguara. Todo sobre el adelanto de su obra.

Tomás Eloy Martínez, publicó a los 17 años, su primer texto en La Gaceta. Diario para el cual sigue siendo colaborador. Se inició periodísticamente allí, para luego convertirse en uno de los más destacados exponentes del oficio.

Es autor de dos libros clásicos de la literatura argentina: La novela de Perón y Santa Evita. Esta última es la novela argentina más traducida de todos los tiempos.

Su obra recibió críticas laudatorias de Gabriel García Márquez, Mario Vargas Llosa y Carlos Fuentes. Ganó el premio Alfaguara por El vuelo de la reina, y fue finalista del Man Booker International Prize, la distinción literaria más relevante del mundo después del Nobel. Es Writer in Residence por la Universidad de Rutgers (EE.UU.), donde dirige el programa de Estudios Latinoamericanos.

Comentan de su novela:

En el invierno de 1976 Simón Cardoso es detenido por los militares y nunca más aparece. Treinta años más tarde, su mujer, Emilia Dupuy, se paraliza al reencontrarlo en New Jersey. El mundo, que se había desmoronado con la tragedia, recobra su luz. Excepto por un detalle: para el ausente el tiempo no ha transcurrido. A partir de este enigma se enlaza la ansiedad del amor perdido y recuperado con una reconstrucción magistral de la irrealidad siniestra creada por el régimen.

Tomás Eloy Martínez vivió en el exilio y escribió este relato conmovedor e inolvidable en busca de la memoria que no pudo tener. Con maestría avanza sobre la débil línea entre verdad e ilusión, y expande la novela más allá de los límites del género.

"Dicen que es mi mejor novela, pero no sé."

(va otro fragmento del Köln Concert)

En una entrevista que le hizo el diario la nación se publicó lo siguiente
Transcurría julio y el que así hablaba, sin el menor rasgo de envanecimiento ni de esperanza, era Tomás Eloy Martínez. Estaba sentado a una mesa de Hapenning en Puerto Madero, donde comemos cada vez que nos encontramos. Tomás pide siempre un ojo de bife bien jugoso y una ensalada. Ese día de julio venía algo fatigado y débil por una convalecencia, y sobre todo, a raíz de una tarea titánica: haberles puesto el punto final a trescientas páginas de Purgatorio, su séptima novela.

Su agente literario en Estados Unidos, Thomas Colchie, se había entusiasmado tanto que hablaba de una obra maestra, y varios editores extranjeros (ya compraron el libro para publicarlo en el gran país del norte, en Alemania, Inglaterra, España, Brasil y toda América Latina) cantaban loas luego de haber leído el original. Y sin embargo, Tomás Eloy se tomaba todo esto con escepticismo profesional, con incredulidad periodística. "Ya sabés que siempre que termino una novela me entra una gran inseguridad, Jorge –me recordó–. Siempre me pregunto: ¿estará bien?, ¿cometí errores?, ¿estaré yo aquí?" La última pregunta alude a la necesidad del escritor de saber si ha dejado su marca íntima en la obra, si ha conseguido algo vivo y verdadero, un soplo de honestidad, luego de haber hecho la carpintería racional de la estructura. purgatorio-tomas-eloy-martinez

Cierta noche, cenando con Fito Páez, le pregunté cómo hace para elegir, entre tantas canciones que compone en su casa, las doce que meterá en un disco. Fito me contestó algo asombroso: "Sólo edito las que, al escucharlas de nuevo, más me extrañan, aquellas en las que menos me reconozco. En las demás soy otros, imito a otros, pero en las canciones en que no me reconozco estoy yo".

Desde Santa Evita, donde se jugó el pellejo en muchos niveles, Tomás no había producido un texto tan comprometido y personal. En Purgatorio Tomás Eloy Martínez dejó algo suyo muy en serio. Dejó también una cosa inusual en la literatura argentina moderna: un personaje femenino lleno de matices. No una mujer simbólica o alegórica, sino una mujer verdadera. Ya se sabe: cuando es buena, la ficción es más verdadera que la verdad.

Esa protagonista aparece en el primer párrafo, que inevitablemente hace pensar en el García Márquez de El amor en los tiempos del cólera y, sobre todo, en el que llevó los sortilegios del realismo mágico a la actualidad urbana en aquellos Doce cuentos peregrinos. Escribe Tomás: "Hacía treinta años que Simón Cardoso había muerto cuando Emilia Dupuy, su esposa, lo encontró a la hora del almuerzo en el salón reservado de Trudy Tuesday". Emilia es una argentina que vive en Nueva Jersey –como Tomás Eloy, que aparece como personaje de la novela–, cuyo marido fue secuestrado (y presuntamente asesinado) durante la dictadura militar. Pero a no confundirse: Purgatorio es un libro sobre desaparecidos que sin embargo no muestra campos de concentración ni tortura. Que convierte al desaparecido en un aparecido, por lo tanto, en un fantasma. Que indaga en el vacío patológico que produce la incertidumbre eterna en los familiares de los desaparecidos. Que lo hace en el formato de una dolorosa novela de amor, con algo de intriga fantástica, y que sólo utiliza el contexto histórico como siniestro y por momentos grotesco telón de fondo.
"¿Qué es desaparecer para quien queda en el mundo de los vivos? –dijo Tomás aquella vez en Hapenning–. Ésa es la gran pregunta que llevé cinco o seis años adentro. Además, el libro nace de la necesidad de cubrir el hueco de lo que no viví en tiempos de la dictadura. Yo no estuve ni un solo día en la Argentina mientras ocurrían aquellos horrores. Traté entonces de reconstruir el espíritu argentino de la época. Por qué dejamos que nos pasara eso. Qué pasó con nuestra conciencia como sociedad."

Escribió, esta vez, sin un plan. Y a cada rato tenía que armar una línea de tiempo, porque la novela está hecha de saltos temporales magistralmente dosificados. La razón está en la página 90, donde Tomás dice que lo sublime de un novelista radica en practicar con acierto "el arte de escamotear lo sustancial para ir dejándolo caer de a poco".

"Antes me iba por los afluentes de la trama, ¿sabés? –me dijo a los postres–. En Santa Evita escribí cien páginas que no iban a ninguna parte y tuve que tirarlas a la basura. En Purgatorio fui derecho al asunto. Nunca me perdí en los recodos."
El asunto era muy simple: crear a Emilia. Hacerla inolvidable.
Lo consiguió.

La Gaceta nos acerca un interesante adelanto.

“Hacía treinta años que Simón Cardoso había muerto cuando Emilia Dupuy, su esposa, lo encontró a la hora del almuerzo en el salón reservado de Trudy Tuesday. Dos desconocidos hablaban con él en uno de los boxes del fondo. Emilia creyó que había entrado a un lugar equivocado y su primer impulso fue retroceder, alejarse, volver a la realidad de la que venía. Se quedó sin aliento, con la garganta seca, y tuvo que apoyarse en la barra del bar. Llevaba toda una vida buscándolo y había imaginado la escena incontables veces, pero ahora que sucedía se daba cuenta de que no estaba preparada. Se le llenaban los ojos de lágrimas, quería gritar su nombre, correr hacia su mesa y abrazarlo. Para lo único que tenía fuerzas, sin embargo, era para no caer redonda en medio del restaurante llamando la atención como una tonta. Apenas pudo caminó hacia el box contiguo al de Simón y se sentó en silencio a esperar que la reconociera. Mientras tanto, tendría que fingir indiferencia y quedarse callada aunque la sangre le batiera las sienes y el corazón se le saliera por la boca. Hizo señas para que le sirvieran un brandy doble. Necesitaba tranquilizarse, no temer que los sentidos se le confundieran como a su madre. Algunos sentidos la traicionaban a veces, perdía el olfato, se desorientaba en calles que conocía de memoria y se acostaba oyendo canciones idiotas que no sabía cómo llegaban a su equipo de música.
Volvió a mirar el box de Simón. Quería asegurarse de que era él. Lo vio entre los desconocidos, de frente, hablándoles con animación. No le quedaban dudas: eran sus ademanes, la curva de su cuello, el lunar oscuro bajo el ojo derecho. No sólo era sorprendente que su marido estuviera vivo. Más inexplicable era que no hubiera envejecido. Seguía clavado en los treinta y tres años y hasta su ropa era la de antes. Llevaba los pantalones pata de elefante que ya nadie se atrevía a usar, una camisa abierta de cuello grande como las de John Travolta en Fiebre de sábado por la noche, las patillas y el pelo largo de otra época. Para Emilia, en cambio, el tiempo había pasado naturalmente y su cuerpo la ponía incómoda. Las ojeras y los músculos de la cara delataban a una mujer de sesenta años, mientras que a él no se le veía una sola arruga. Había imaginado infinitas veces la escena en que volvía a encontrarlo y en ninguna, en ninguna, se le había cruzado la cuestión de la edad. Este desajuste del tiempo la obligaba a revisar lo que tenía previsto. ¿Y si por azar Simón se hubiera vuelto a casar? La sola idea de que viviera con otra mujer la atormentaba. En todos estos años jamás había dudado de que su marido la seguía amando. Podía haber tenido relaciones ocasionales, lo comprendería, pero después del calvario que habían vivido juntos, no concebía que la hubiera reemplazado. La situación no era ya la misma, sin embargo. Ahora él podía ser su hijo.

Volvió a observarlo con más detalle. La espantó lo mucho que él desentonaba con la realidad. Representaba la mitad de los sesenta y tres años que debían declarar sus documentos. Le vino a la memoria una foto de Julio Cortázar tomada en París a fines de 1964, cuando el escritor, nacido al comenzar la Primera Guerra, parecía también su propio hijo. Quizá Simón tenía en la piel, como Cortázar, unas arrugas finas que sólo se notaban de cerca, pero lo que le oía decir en la mesa contigua, a sus espaldas, era de una juventud desafiante, y hasta el timbre de la voz era el de un muchacho, como si el tiempo fuera una cinta sinfín y él hubiera estado corriendo sin adelantar un solo día.
Emilia se resignó a esperar. Abrió la novela de Somerset Maugham que llevaba consigo. Le pasaba algo extraño con el libro. Llegaba al extremo de una línea y tropezaba con una especie de barrera que le impedía avanzar. No porque Maugham le pareciera aburrido. Al contrario, la entretenía muchísimo. Había tenido una experiencia parecida con la versión en DVD de Muerte en Venecia. A poco de haber comenzado la película, cuando Dirk Bogarde contemplaba, turbado, al bello adolescente Tadzio saliendo del mar del Lido, la imagen daba un salto y regresaba a las conversaciones en ruso -¿o era alemán?- de los bañistas y los vendedores de frambuesas en la playa. Emilia supuso por un instante que el director repetía las vulgaridades de los veraneantes para dar otra lección de realismo crítico y trató de pasar a la escena siguiente. Pero la imagen de Tadzio sacudiéndose el agua de mar volvía, obstinada, acompañada por el mismo acorde de la Quinta Sinfonía de Mahler. Dos noches después, cuando se agotaba el plazo para devolver la película, Emilia la puso otra vez en el DVD y pudo llegar hasta el trágico final. Sabía que la vejez le acentuaba la torpeza, pero confiaba en que con un poco más de atención podría corregirlo.

Las voces de los hombres en el box de al lado la exasperaban. Quería concentrarse sólo en la voz de Simón y todo lo que la apartara de él le resultaba intolerable. En un restaurante donde rara vez se oía otra cosa que el acento arrastrado y nasal de New Jersey, los dos hombres intercalaban en su rústico inglés palabras técnicas e interjecciones escandinavas. Mencionaban los vectores del programa Microstation, que también se usaba en Hammond, donde ella trabajaba. Sin que viniera a cuento, uno de los desconocidos repitió lecciones que se aprenden en las primeras clases de Cartografía. Los mapas, dijo, son copias imperfectas de la realidad, que describen en superficies planas lo que en verdad son volúmenes, cursos de agua en perpetuo movimiento, montañas afectadas por la erosión y los derrumbes. Los mapas son ficciones mal escritas, siguió. Demasiada información y ninguna historia. Mapas eran los de antes: donde había nada creaban mundos. Lo que no se sabía, se imaginaba. El mapa de Africa que hizo Buonsignori, ¿se acuerdan?, continuó el hombre, con el reino de Canze, de Melinde, de Zaflan, puras invenciones. Del lago de Zaflan nacía el Nilo, y así. En vez de orientar a los caminantes les hacían olvidar el camino. Los desconocidos pasaban de un tema a otro sin detener el torrente. Emilia recordó el mapa de Buonsignori. ¿Lo había soñado, lo había visto en Florencia o en el Vaticano? Las voces la mareaban. No conseguía cazar las palabras completas. Llegaban a sus oídos desgarradas, en hilachas. Una frase que parecía a punto de tener sentido era interrumpida por los camiones de bomberos o por la queja animal de las ambulancias.

El hombre de voz más ronca y gastada dijo que no perdieran el tiempo y discutieran de una vez sobre la expedición a Kaffeklubben. Qué locura, Kaffeklubben, se dijo Emilia. Una islita de nada, al noroeste de Groenlandia, la última Thule donde doblaban hacia la perdición todos los vientos del mundo. Organicemos la expedición cuanto antes, insistió el ronco. En Copenhague creen que hay otro peñasco más al norte. Si no existe, nada nos impide imaginarlo.

Let’s think more about that, let’s think more, los cortó Simón. Emilia se sobresaltó. Reconocía su voz, pero en lo que decía quedaban pocos rasgos del Simón de antes. Este personaje hablaba un inglés fluido, pronunciaba con cuidado las consonantes finales, think, let’s, con una dicción británica inalcanzable para el marido, que jamás había sido capaz de leer ni siquiera los manuales técnicos en otros idiomas.
¿Qué hace que una persona sea quien es? No la música o el ripio de sus palabras, no las líneas del cuerpo, nada que esté a la vista. Se había engañado más de una vez corriendo en la calle detrás de hombres que caminaban como Simón, o que dejaban tras de sí el vapor de un perfume que le evocaba su nuca y cuando los miraba de frente quedaba desolada, ¿por qué no hay dos personas iguales, por qué los muertos ni siquiera se enteran de que han muerto? El Simón que hablaba a tres pasos de su mesa era el de hace treinta años pero no el mismo de diez minutos antes. Algo en él se modificaba demasiado rápido para darle alcance. Se le escapaba otra vez, por Dios, ¿o era más bien ella que lo perdía? No me dejes otra vez, Simón querido. No voy a despegarme de tu lado. No voy a permitir que te vayas solo. La verdadera identidad de las personas son los recuerdos, se tranquilizó. Yo recuerdo todo su ayer como si fuera ya, se dijo, y lo que él recuerde de mí seguirá siendo parte de su ser verdadero. Recuérdalo, tráelo, no lo pierdas.

Emilia se incorporó, se paró frente a él y, resuelta, lo miró a los ojos.
Querido, querido mío, ¿dónde estabas?

El le devolvió la mirada, le sonrió sin turbación ni sorpresa, y se despidió de los escandinavos. Luego encaró a Emilia como si la hubiera visto el día anterior.

Tenemos que hablar, ¿no es cierto? Salgamos de aquí.
No le dio una sola explicación, no le preguntó cómo estaba, qué le había pasado en todos esos años. Nada que ver con el Simón cortés y atento con el que había vivido. Emilia pagó el brandy, tomó del brazo a su marido y caminó hacia la calle”.

(otro pedacito de Jarrett)

domingo, 7 de junio de 2009

Tiananmen, 1989

tiananmen2 En estos días se cumplieron 20 años de los sucesos de Tiananmen. Tal como lo recuerda Caparrós en la nota que reproduzco más abajo, uno se siente viejo cuando a los sucesos históricos los recuerda como experiencias personales. Viví Tiananmen en tiempo real, tanto como las sencillas comunicaciones de finales de los ‘80 nos podían ofrecer. Eran años dónde se estaban revolviendo algunas cosas en el mundo. En esos días vi la imagen en un noticiero. La imagen más poderosa que jamás vi en mi vida. Cuando lo vi pegando esos saltitos haciendo titubear a la columna de tanques sentí que el corazón se me salía del cuerpo. Supongo que muchos sentimos cosas similares, tal como lo relata Caparrós. La Megamáquina titubeaba frente a un tipo con dos bolsitas de supermercado que le hacía frente.

En esos años a mí se me terminaron todo tipo de relativismos culturales, políticos y todo ese tipo de patrañas con que uno a veces se engaña para hacer la vista gorda sobre algunas cosas y así poder andar por la vida cargando prejuicios con comodidad.

Esa imagen para mi fue una revolución en sí misma. Frente a ciertas imágenes uno debiera recordar que no debe haber atenuantes para nadie ni para ningún régimen, ni religión ni raza ni nada de esas cosas. Siempre hay que hacer el ejercicio de ponerse en el lugar del más débil.

Cali

Un hombre

En la plaza de Tiananmen, China, un hombre flaco se paraba delante de una columna de tanques. Un cameraman y cuatro fotógrafos convirtieron la escena en un símbolo.

Por M. Caparrós, 04.06.2009, diario Crítica

La vejez es acordarse del momento en que sucedieron los hechos que ahora son historia. O, si prefieren, lo llamaremos madurez, pero da más o menos lo mismo: hoy se cumplen veinte años –veinte años– del día en que aquel hombre se convirtió en un símbolo.

La escena en el televisor era tan simple, tan despojada, tan perfecta, que parecía una puesta: solemos creer que la realidad nunca se muestra tan prolija. En la plaza de Tiananmen, Pekín, China, un hombre flaco con su camisa blanca, su pantalón negro y dos bolsitas de plástico en la mano se paraba delante de una columna de tanques y la frenaba con la fuerza de su presencia enclenque.

La revuelta de los pekineses ya llevaba semanas. Había empezado el 15 de abril, cuando la muerte –atribuida a un infarto– de Hu Yaobang, ex secretario general del Partido Comunista que proponía la apertura política, provocó manifestaciones estudiantiles. Durante varios días los actos en Tiananmen se sucedieron; los jefes del Partido no se ponían de acuerdo sobre la respuesta y reprimieron con cariño. Hubo más marchas, huelgas de hambre, manifestaciones, y miles y miles de ciudadanos muy diversos se prendieron. El movimiento no eran sólo los estudiantes de Tiananmen, y los estudiantes de Tiananmen no eran, como cierta prensa quiso suponer, procapitalistas. Hay filmaciones que los muestran cantando la Internacional; también tocaban rocanrol, discutían, discurseaban, se besaban, comían, se hacían promesas graves. El 15 de mayo, la visita de Mijail Gorbachov, último líder soviético, provocó más manifestaciones y aumentó la atención de la prensa mundial. El movimiento se extendía a muchas ciudades del país: había millones de personas en la calle. El 19 de mayo el secretario general Zhao Ziyang fue a Tiananmen a pedir a los estudiantes que depusieran su actitud: se mostró tolerante, les dijo que no habría represalias –y al otro día lo destituyeron. Aquella noche Deng Ziaoping, ya convertido en el nuevo hombre fuerte del Partido, decretó la ley marcial y mandó el ejército a recuperar Pekín.

No funcionó. Durante casi una semana, miles de soldados fueron neutralizados por sus compatriotas en situación de calle: los rodeaban, les hablaban, los convencían de no actuar contra ellos –y, al fin, sus jefes decidieron retirarlos. Los pekineses creyeron que estaban ganando. Hasta que, el 3 de junio, unidades de asalto con tanques y armas pesadas entraron a la ciudad y la tomaron a sangre y fuego.
La masacre duró dos días y se extendió por todo Pekín. En las primeras horas del domingo 4 los militares recuperaron el control del último foco, la gran plaza de Tiananmen: hacia las 4 de la mañana se apagaron todas las luces y sonaron las ametralladoras. Periodistas presentes contarían, más tarde, que en medio de la sangre había personas que les pedían que filmaran, que fotografiaran para que el mundo alguna vez lo viera. Nunca se sabrá cuántas fueron las víctimas: en un primer momento la Cruz Roja habló de 2.600 muertos, pero las autoridades chinas lo desmintieron enseguida –y nunca más.

En la mañana del 5 de junio el ejército controlaba la situación. Por eso, la escena fue más extraña todavía. Una columna de tanques entraba en la plaza por la avenida de la Paz Eterna cuando el hombre flaco se cruzó en su camino. El hombre, con sus dos bolsitas de las compras, no parecía preparado para hacer lo que hacía: era, más bien, arriesgarían después los comentaristas, alguien que pasaba por ahí –quizás estaba yendo a trabajar, quizás a la verdulería– y no pudo soportar lo que sucedía.

El primer tanque trató de doblar para seguir por un costado; el hombre se corrió y volvió a ponérsele delante; parecía que el tanque le pasaría por encima pero no: ahora ya sabemos, pero aquella primera vez todo era inverosímil. Aquel tanque paró y hubo un momento –eterno– de quietud. Cuentan los testigos que los tanques apagaron sus motores y el silencio fue ensordecedor. Después el hombre se trepó al tanque, como para hablar con el tanquista, y después se bajó. Enseguida aparecieron otros tres hombres –uno llevaba una bicicleta– que lo agarraron por los hombros y se lo llevaron: lo sacaron de cuadro y desaparecieron de la historia. Refugiados en un hotel cercano, un cameraman y cuatro fotógrafos convirtieron la escena en un símbolo. Uno de los fotógrafos, Charles Cole, de Newsweek, contaría después que no podía creer lo que veía y que pensó que no debía perdérselo: “Este hombre está dando su vida para que todos lo vean; yo tengo la obligación de registrarlo”, se dijo, e hizo las fotos que tuvo que esconder en la cisterna del inodoro para que no las encontraran los policías que llegaron a su habitación diez minutos más tarde.

Tiananmen es la plaza más grande del mundo: un espacio de proporciones inhumanas, diseñado para mostrar la pequeñez del hombre frente a ciertas formas del poder. Allí, un hombre quiso decir lo contrario: la imagen, queda dicho, se volvió un símbolo –e influyó incluso en los movimientos que terminaron con la caída del bloque soviético: en Europa Oriental, muchos pensaron que si ese hombre había podido pararse solo y desarmado frente a los tanques, ellos también lo harían.

Los chinos, en cambio, masticaron su derrota. El terror de Estado –como en muchos otros lugares– fue eficaz. El Partido Comunista chino mostró a sus súbditos cómo terminaban los rebeldes y les ofreció un negocio que casi todos aceptaron: si ustedes no se meten con el poder, si aceptan nuestro dominio, si se olvidan, vamos a cambiar el sistema económico y darles una prosperidad que ni soñaron. El negocio funcionó; el año pasado, cuando estuve en Pekín, intenté preguntar a varias personas por aquel momento y nadie me contestó: me miraban raro, ponían cara de nada o de virgen ofendida. En un documental de la televisión pública americana, un periodista muestra a estudiantes pekineses contemporáneos la famosa foto y ninguno sabe decir de qué se trata.

El pacto chino produjo un éxito económico increíble que demuestra, entre otras cosas, la falsedad de ese eslogan marketinero que pretende que una de las ventajas de la economía de mercado es que promueve las libertades cívicas: no hay país donde esa economía se haya desarrollado más en las últimas décadas y, sin embargo, el sistema de censura y represión sigue siendo el mismo. Lo cual puede verse, incluso, en ejemplos menores: si alguien –usted, yo, ahora– tipea en Google la palabra Tiananmen, aparecen miles de versiones de la imagen famosa. Si alguien tipea la misma palabra en un Google chino sólo aparecen fotos turísticas de la gran plaza, mapas, postalitas: Google aceptó esa censura y la mantiene para seguir con sus negocios chinos. La idea de la red global como un espacio de libertad también es un engaño; de hecho, hace cuatro años, Yahoo! entregó a la policía china los datos de un usuario que había mandado información sobre la censura a la prensa americana, y ese usuario sigue preso.

Del hombre flaco nunca más se supo. Todavía, veinte años después, nadie pudo descubrir quién era ni qué fue de él. Muchos creen que los que se lo llevaron eran policías chinos y que lo fusilaron en esos días; otros suponen que eran civiles que quisieron salvarlo y que pudo escaparse y perderse entre los mil millones. El misterio perfecciona la fuerza del símbolo: no es un hombre determinado, es cualquier hombre, es todos los hombres.

Ahora China se perfila para ser la gran potencia del próximo siglo, pero la imagen sigue allí. Ayer me hizo pensar otra vez en aquel movimiento y en su parecido –guardando las desproporcionadas proporciones– con diciembre 2001 en la Argentina: una revuelta popular, miles y miles en las calles contra una forma del poder. Pero aquí la foto que resumió esos días es aquel helicóptero dejando la Rosada. En un mundo hecho de imágenes y sentidos rápidos, el ícono define una situación para siempre –o para ese lapso que, en nuestro apuro, damos en llamar siempre. No es lo mismo que una historia quede registrada con la imagen de una fuga vergonzosa, de una última agachada, que con la de ese modelo de entereza civil, de coraje tranquilo, de confianza en la posibilidad de resistencia individual –y, al mismo tiempo, colectiva. Aunque, después, de todo eso no parezca haber quedado nada.

viernes, 5 de junio de 2009

Retro-Progresismo

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Tomo este vocablo del título de un libro de Claudio Chaves, autor de ideas peronistas bastante bizarras, pero que ahora no vienen al caso. Me parece un hallazgo para describir esta especie de política, o mejor dicho, de discurso casi casi dominante hoy día y cuyas fuentes se basan en lo que alguna vez, en el pasado, podría haberse autodenominado como “izquierda”.

Recuerdo que lo de “progresismo” no existía antes. Quizás la necesidad de acuñarlo haya sido la desaparición de la “izquierda” como categoría política mas o menos creíble, intimidante y digna de consideración. Pero sucede que las fuentes ideológicas y simbólicas de este “retro-progresismo” se ubican en un tiempo y espacio sólo existentes en el pasado. En éstas épocas de turbo-capitalismo, nano-ideologías y eco-suicidio, estos personajes me parecen salidos de esas películas futuristas de varias décadas atrás. Un futurismo naif que hace décadas ya fue abandonado hasta por el cine y la literatura en virtud de las evidencias del presente.

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Hace unos días participé de una reunión donde funcionarios nacionales de alto nivel y legisladores nacionales desarrollaron una especia de ritual místico, donde lo único que faltaba era el médium que los conectara con los espíritus que, seguramente, sobrevolaban por la sala. El ritual místico y embriagador de la fisión nuclear (o mejor ficción nuclear).

No voy a abundar en los disparates económicos, energéticos y tecnológicos que significan las sumas de cientos y miles de millones de dólares que estaban aprestándose a aprobar para sacrificarlos en el altar de esa religión llamada “energía nuclear”.

Me sigue sorprendido que máquinas que generan energía de manera más barata, más simple, más segura, menos ruidosa y aparatosamente no les mueva un pelo. Pero cuando se trata de centrales atómicas, estos diputados y diputadas pierdan la cabeza. Así es como describen cada paso en la obra de Atucha II como una epopeya de la raza humana en el dominio del universo. “Pone la piel de gallina” dice uno cuando cuenta que vio el núcleo del reactor, algo que cuando se cierre “nunca nadie podrá volverá a ver”. Todos lo escuchaban con éxtasis y ahí mismo comenzó a organizarse un viaje al centro del núcleo del reactor de Atucha II para dentro de dos semanas.

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El disparate nuclear distrae recursos de todo tipo para enfrentar con sensatez y realismo al cambio climático. No hace mucho puse una entrada sobre esto y quiero unirlo a mi opinión sobre estas elecciones y mi campaña personal: “el desafío de la blancura”.

Uno de los desafío que deben atravesar cualquier candidato que pueda ganarse mi voto debe haber mostrado,por lo menos desde hace unos diez años, cabal comprensión del dilema energético, la encerrona nuclear y el tremendo desafío para el desarrollo social y económico que implica el cambio climático. Si no puede demostrar tal cosa. No tendrá mi voto.

Hace poco, debido a mis comentarios en el “desafío de la blancura”, me mencionaron a Sabbatella, otros me sugieren a Pino Solanas, otros al socialismo. Bien, lo siento, ninguno de ellos supera esa prueba. El socialismo ha hecho muestras de visión al respecto, es una opción que puede explorarse y puede que supere esta prueba. De Sabbatella, nada se sabe, no creo que esté en su registro nada de esto. De quienes lo acompañan, hay que explorar. Raimundi no ha hecho mal papel en los debates sobre estos tópicos cuando le tocó participar. Solanas definitivamente no pasa esta prueba.

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